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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

El sistema arropa al malvado

Pienso en bucle desde el viernes en todo lo que he hecho desde que cumplí 36 años, la edad de Sacramento Roca cuando su ex pareja le segó la vida en su lugar de trabajo, a un par de horas de un fin de semana que seguro pensaba pasar con sus niñas, con su familia. He viajado por tres continentes, he leído cientos de libros, he visto a Leonard Cohen acariciar el ala de su sombrero y a Miquel Barceló modelar una pared de barro a puñetazos, he tenido dos hijos y perdido a mis padres, he llorado en las bodas de mis hermanos, me he enamorado y me he desenamorado, he hecho dos terapias, me he sacado el carnet de buceo, he visto morir a amigos queridos y graduarse a mi ahijado, me han dedicado un poema maravilloso, he escrito miles y miles de palabras inútiles sobre la injusticia de estar en peligro por el simple hecho de ser mujer, en este país avanzado, en pleno siglo XXI. Miles y miles de palabras contra el feminicidio que no han servido para nada. Nadie le va a devolver a Sacramento Roca el tiempo para vivir que le correspondía y que le ha robado un tipo que bien hubiera podido ser protagonista de una relación menor, de esas que caen en el olvido con el siguiente novio, que se superan con alivio, "pero qué pude ver yo en él". La estafa de Sacramento es la nuestra, hermanas. Insisto en mi estupor ante los minutos de silencio que deberían convertirse en horas de ruido contra un sistema que ignora a las víctimas y mira por sus verdugos.

El asesino de Sacramento Roca, Rafael Pantoja, conoce el sistema y lo usa a su favor. Sabe cómo eludir las cámaras de vigilancia en el lugar donde ella se gana el sustento, sabe cómo escapar tras matarla y no ignora que si intenta autolesionarse no dormirá en una celda, sino que acabará sedado en un hospital. Se niega a declarar ante la justicia, burlándose del sistema que se empeña en mimar su integridad. Quiero ver cuántos años le caen, cuántos beneficios penitenciarios. Esa es la realidad, y así la conocen los maltratadores violentos y los matarifes que vendrán. Puede ser que el sistema cambie, pero para eso tendrán que venir presidentas del Govern, delegadas del Gobierno, conselleras y fiscalas que deseen poner la maquinaria del Estado del lado de las mujeres, entrar a saco en el funcionamiento de las fuerzas de seguridad y prestar atención real a las víctimas de la violencia de género. Tendrán que llegar juezas que no se contenten con quejarse de la falta de medios para proteger a las maltratadas con una intensidad bastante menor de la que ponen en sus reivindicaciones salariales, y solo cuando la sangre ya se ha derramado. Sacramento Roca no conocía el sistema y por eso sus denuncias sobre el abuso que su asesino estaba ejerciendo sobre ella no le salvaron la vida. No usó las palabras pertinentes para que saltara el mecanismo y alguien le hiciera una visita a ese Rafael Pantoja que le pinchaba las ruedas del coche, la amedrentaba y colocaba carteles vergonzantes poniéndola en ridículo en su barrio. No rellenó el formulario adecuado, se siente. El sistema parece de granito con las víctimas y de seda con sus agresores. Los detectores del machismo más peligroso no funcionan, y no pasa nada. Otra mujer asesinada, y todavía estamos por saber qué cosa en concreto del sistema va a cambiar para evitar el próximo crimen. Nadie hace suyo este fracaso.

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