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Cromañones

Con su denuncia cinco días antes de ser asesinada, nos recuerda que las víctimas de violencia de género no pueden esperar los plazos ordinarios

Dijous Bo, Inca. Poco antes de las tres de la tarde. Cruzo una calle acompañada de una compañera periodista. Un coche gira y se para a escasos dos centímetros de sus piernas. Después del susto inicial, levanto la vista y me encuentro a un hombre -por llamarlo de alguna manera- mirándonos con actitud desafiante. Como si nos acabara de perdonar la vida, cuando nosotras teníamos preferencia de paso. Su primer argumento cuando le recriminé su comportamiento fue recomendarme que le diga a mi marido -como si tuviera que tenerlo, o quisiera- que me folle bien. La malfollada. Cualquier mujer que le discuta o le ponga en su sitio.

Al día siguiente, asesinaron a Sacramento. A unos 200 metros de mi casa. Otro cromañón, armado con un cuchillo, que no dudó en dejar a dos niñas sin madre. A sangre fría. A plena luz del día y en un lugar público, rodeados de gente. ¿Qué se puede hacer para evitar que alguien cuyo único propósito es matar lo haga? Pienso en ETA, o en los más recientes atentados yihadistas en Europa. Es muy difícil prevenir que un descerebrado coja un objeto cotidiano -un cuchillo de la cocina, el hacha para la leña o el coche- y asesine. Ni con pulseras GPS. Cuando llega la policía, ya está hecho.

Probablemente, lo único que podemos hacer es educar. Es lo fundamental, sólo así aniquilaremos el problema. Y poner muchos más medios a la justicia y las fuerzas de seguridad. Hemos conseguido que denuncien, ahora hace falta protegerlas. Una sospecha que no estamos haciendo las cosas del todo bien. Los casos de control del móvil de la pareja entre los más jóvenes se disparan y Sacramento, con su denuncia cinco días antes de ser asesinada, nos recuerda que las víctimas de violencia de género no pueden esperar los plazos de un procedimiento ordinario.

Hace unos meses, uno de los dos juzgados específicos de violencia contra la mujer de Palma tuvo que dejar de recibir casos por falta de personal. Pero la solución que proponen algunos iluminados -o iluminadas, o iluminades- es hacer saltar por los aires la presunción de inocencia de la mitad de la población. Que paguen justos por pecadores. Que los muchos hombres buenos que hay tengan que vivir con la espada de Damocles de la sospecha pendiendo sobre sus cabezas. Me niego a cometer tamaña injusticia en nombre de la igualdad.

Claro que nos matan. El machismo sigue siendo una lacra, con mucho que hacer por erradicarlo. Pero tal vez deberíamos empezar por el principio. Eso es, precisamente, lo que el lunes hicieron jueces y fiscales yendo a la huelga: defender lo que es de todos. La independencia del poder judicial respecto del político y los medios materiales humanos y necesarios para que la justicia sea justa. Y pueda proteger a las víctimas. Sí, esos mismos profesionales desacreditados, tildados de machistas o vendidos al poder cuando sus sentencias no gustan. No hay palabras suficientes para agradecerles su lucha, que es la nuestra.

Mientras tanto, quienes deberían poner soluciones convocan minutos de silencio, reparten lazos y condenan el machismo apretando los puños muy fuerte. En sus manos está modificar el Código Penal. También revisar los protocolos de actuación y, sobre todo, dotar de medios a los profesionales que intentan amparar a las mujeres que denuncian. Me temo que seguirá habiendo cromañones; la cuestión es qué vamos a hacer para neutralizarlos y de quién es la responsabilidad.

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