Los gerontólogos nos pasamos la vida clamando, como modernos profetas, las "calamidades" de un futuro cercano. Futuro (presente) en el que la población de ancianos, los viejos de siempre, seremos tantos que superaremos con creces a la población más joven, a la población trabajadora.

No hace falta explicar que multiplicaremos por "n" a la chavalería, compuesta por bebés, niños y adolescentes. Y, tal y como está la ciencia de avanzada, a los ancianos aún nos van a quedar unos cuantos, bastantes -no sé, quizás demasiados- años de vida activa o pasiva (táchese lo que no interese). Depende de la prisa que se den María Blasco y Francis Mojica en concluir ese invento que llevan entre manos, ese remedio que alarga los telómeros sin irritar al cáncer. Ya lo dijo la primera: "¡Morir joven a los 140!".

El envejecimiento de la población está a punto de convertirse en una de las transformaciones sociales más significativas del siglo XXI (versión rosa del tema), y las consecuencias se sentirán en el mercado laboral y el financiero, así como en la demanda de bienes y servicios, según Naciones Unidas (versión oscura del asunto).

Éramos siete los geriatras y gerontólogos que, desde Alicante a toda España, clamábamos, en los años ochenta del siglo pasado, -¡cielos, cómo pasa el tiempo!-, la necesidad de construir una trama de investigación y acción para estudiar cómo atenuar los efectos de estos cambios que corren paralelos al avance tecnológico y a ese fenómeno social tan de moda, que se empeña en que los viejos, ancianos, como se quiera llamar a los mayores de setenta años, nos levantemos del cómodo sofá y, dejando el mando de la tele, nos incorporemos a la vida. Es que nos hemos dado cuenta de que somos personas "normales", personas capaces. Repito, competentes, válidos, no sólo para cambiar los canales de la caja tonta, la tele. También para contribuir en el desarrollo del país.

Ahora que Palmore y Kalache, esos ilustres gerontólogos de importancia mundial, se han puesto manos a la obra para hacernos creer y comprender que las personas mayores somos seres humanos, útiles y provechosos; ahora que todos los gerontólogos hablamos, nos desgañitamos, voceamos a los cuatro vientos, de la necesidad de alargar el tiempo para la jubilación; ahora que hemos aceptado el "desafío" positivo, tanto para la sostenibilidad de las finanzas públicas como para la política monetaria, de que quien se encuentre capacitado voluntariamente pueda seguir trabajando hasta la edad en que se sienta apto para ejercer su profesión dignamente, ahora llega el ejecutivo a "ejecutar" una ocurrencia: impulsar la recuperación de las jubilaciones forzosas por edad. Y, ¿a qué edad? ¡A los 61 años! ¡Oh, no!

No daba crédito a lo que había escuchado de boca del señor presidente del Gobierno. No, hasta que el secretario de Estado de Seguridad Social resaltó la necesidad de ser "solidarios" con los jóvenes, para "garantizarles una jubilación", dijo algo así, que les dejáramos hueco. ¿Insinúa que los actuales mayores somos los culpables del paro entre los jóvenes? Es que soy un tanto susceptible.

Los sindicatos están de acuerdo en que un empresario pueda "obligar" a un empleado a jubilarse a los 65 años porque así se reduciría, dice Pepe Álvarez, de UGT, el enorme paro juvenil. Lo afirma sin inmutarse. ¡Cielos, cómo están los sindicatos!

A otros niveles, el pesimismo es creciente, semejante a lo que se profetizó antaño, lo mismo que dicen los expertos españoles, lo que proclama la Asociación Gerontológica del Mediterráneo, lo que señala la UE con su Banco Central al mando, las personas sensatas.

Se espera que el número de mayores se duplique para el 2050, según el informe Perspectivas de la Población Mundial 2017. Este es el "programa de mano".

Por tanto, la solución no es bajar la edad de jubilación, no es acercarla a la población más joven, que ya se encuentra en minoría en relación a la población jubilada, no está en aumentar el número de pensionistas, dependientes de la Seguridad Social. Si la longevidad aumenta y se reduce la edad de jubilación, menos españoles van a tener que soportar a muchos más (pensionistas). Lo que hay que fomentar es la fertilidad, que es lo que aumenta la población joven y trabajadora. Incentivar los nacimientos.

El Banco Central Europeo (BCE) ha instado a los gobiernos a solventar los problemas que plantea el envejecimiento de la población, mediante la prolongación de la edad de jubilación, con el objeto de garantizar la estabilidad económica en el futuro.

Prolongar, no acortar, señor presidente.

* Vicepresidente de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo