Diario de Mallorca

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Susu Moll

La mirada femenina

Susu Moll Sarasola

Una amistad antigua

Y tras la tormenta salió el sol y las calles se fueron secando poco a poco. Algunos charcos reflejaban fragmentos de un cielo de un azul profundo. Los vecinos salieron de sus casas con sus perros después de muchas horas de encierro.

Sasha, mi perra adoptada hace ahora poco más de un año, dejó de temblar y por fin se animó también a salir a la calle. Y nos fuimos a la plaza. Ella moviendo la colita más feliz que una perdiz y yo cargada con todo tipo de utensilios; agua, toallitas, correa, bolsitas para las heces etc€ Los otros perros nos ladraban o se acercaban amistosamente. Los más pequeños son a veces los más cascarrabias. Sasha nunca ladra, sólo huele tímidamente y deja paso. Me enternece ver lo cuidadosa que es con los más pequeñajos. Sus dueños se asustan al verla pero enseguida se dan cuenta de lo buenaza que es.

Durante la tormenta, por un momento pensé que le daría un soponcio; hiperventilaba y temblaba como un flan aterrada por la incesante lluvia.

La abracé con todo el cuerpo (ella es grande y yo pequeña) pero aun así no logré calmarla. Luego se escondió en un rincón de la casa. Detrás de la litera hay un diminuto espacio que queda fuera de toda luz, alejado de cualquier ventana. Se acurrucó allí y se negó a salir, hasta esta mañana.

Aún no me explico cómo no se orinó encima. Probablemente estaba tan estresada con el carácter de la tempestad que su organismo cerró compuertas (en todos los sentidos). O tal vez, en cualquier momento de hoy me encuentre con una aureola de orina magistralmente escondida.

?¿Cómo convencer a un perro de que no sienta miedo? Dicen que lo mejor es no hacer nada. Actuar con completa normalidad. Acompañar sin agobios. Simplemente estar. Que el animal vea que estás tranquilo es la mejor opción. Pero hay que tener sangre fría porque cuando un perro tiene miedo y sufre, lo transmite. Hay que mantener la calma a pesar de todo.

La abracé, le puse una mantita, y le ofrecí sus galletas favoritas. Sasha, aquí estás a salvo, le dije. Pero ella seguía temblando y jadeando sin consuelo.

A veces pienso que antes de vivir conmigo debió pasar mucho tiempo a la intemperie. Aún hay gente que cree que los perros no deben entrar en las casas. Piensan que provienen de los lobos y que aún pueden soportar temperaturas bajo cero. Eso es lo mismo que creer que nosotros deberíamos vivir en cuevas sin agua ni calefacción.

Es cierto que la relación entre hombre y el perro data del paleolítico. Se han encontrado excavaciones de restos de perros enterrados con sus dueños. Nos han llegado jeroglíficos egipcios en los que hay dibujados perros junto a sus amos realizando diversas actividades. Así que la relación de amistad entre perros y humanos viene de muy atrás. Por lo tanto es importante entender que ambos hemos evolucionado juntos y aceptar que igual que el hombre de hoy ya no aguanta según qué cosas tampoco lo hacen sus mascotas. No me malinterpreten, tampoco es que crea que las mascotas deban ser tratadas como niños, ir vestidas y alimentadas con helados. Yo sería más partidaria de que prevalezca la naturalidad y el sentido común, ante todo. Y evitar las múltiples conductas obsesivas que rodean al mundo animal. Eso sería lo más lógico.

?Misterio sin resolver. En cualquier caso, la historia de Sasha, mi perrita, siempre será un misterio. Sólo puedo imaginar y elucubrar.

En su cartilla pone muy poca información. Que está vacunada y que nació en el 2010. Que es un cruce de pointer y labrador, aunque yo creo que es más bien un cruce de Braco alemán. De ahí que tenga un arraigado instinto de sabueso, corra como una bala y a la vez sea cariñosa y comilona a partes iguales, una glotona empedernida. Eso se lo da su parte labrador.

Y cuando está en casa se porta de maravilla. Ella es feliz cuando nos tiene a todos a la vista sentados en el sofá. El resto del tiempo se lo pasa siendo mi sombra y persiguiéndome por la casa. Pero a veces me muevo tanto que decide esperarme en lugares estratégicos desde los que no me quita ojo. Me persigue de la cocina al escritorio, del escritorio al baño, del baño a la cama. Sólo ladra cuando suena el timbre. Entonces corre hacia la puerta como si fuera una bala y simula que va a abalanzarse sobre cualquiera que asome por la puerta pero en el último instante se frena. Yo por si a caso siempre grito, ¡es buena! Sé que impresiona por su tamaño y su potente ladrido pero al segundo ya está lamiendo la mano de quien sea. A veces no puedo evitar preguntarme si en una situación de riesgo sería capaz de adoptar una actitud más defensiva o si terminaría lamiendo la mano del mismísimo demonio. Espero no tener que comprobarlo nunca.

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