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España, aparta de mí estos mocos

Nunca me ha dado mucha gracia el humor que expele Dani Mateo, pero no por irreverente, sino por mediocre. Ahora bien, aquí estamos para defender al linchado. Tengo la costumbre de ponerme de parte del solitario que recibe masivamente insultos, amenazas de muerte, boicots y demás. Sí, aunque el humor que segregue el susodicho no me convenza en absoluto, porque ése es otro tema, allá cada cual con sus humoradas u ofensas. A la irreverencia también hay que defenderla, sobre todo si nos afecta. Eugenio extraía petróleo humorístico de la tragedia. Basta ver el documental sobre el genial humorista que, con la alegría que le caracterizaba, iba sacando a flote su drama personal y familiar. Tras la muerte de su mujer, inmediatamente se subió a la tarima, se sentó en un taburete, encendió un cigarrillo, dio un sorbo al vaso de whisky, saludó al respetable y comenzó a desgranar sus memorables chistes. La cara de funeral la ponía él, mientras que el público se desternillaba ante el gesto adusto y enlutado de Eugenio.

Bien, pero estábamos con un humorista menor, Dani Mateo, a pesar de todo un trabajador de la comedia. La imagen ha quedado para la historia: el humorista sonándose la nariz con la bandera española. No dio gracia, pero no por dejar sus mocos, reales o metafóricos, en la bandera, sino por lo burdo del gesto. Aun así, aquí lo esencial es que cualquier humorista pueda ejercer su irreverencia a sus anchas, pues de lo contrario estaremos construyendo un país de solemnes, rígidos y ofendidos y, por ende, faltos de sentido del humor, cintura y reflejos. Es fundamental saber reírse de uno mismo, y más todavía cuando uno no tiene ganas de hacerlo.

Un país sólido, una sociedad bien trenzada y segura de sí misma, sin duda haría oídos sordos al gag de turno, en este caso el de Dani Mateo, o bien miraría con tierna condescendencia a ese patriota travieso y gamberro que se atreve a sonarse los mocos nada menos que con la insignia nacional. Que no tema, ya que el país no se demolerá por ese gesto tonto y de mal gusto. Los fuertes saben encajar los golpes que, al fin y al cabo, no son más que cosquillas. Más todavía, una sociedad civil bien asentada es capaz de lidiar con travesuras de esa índole. Podríamos, también es cierto, animar a esos humoristas envalentonados en una sola dirección a que prueben con otros símbolos aún más sagrados y mucho más peligrosos.

Hay que recordar el arrojo algo suicida de los componentes de Charlie Hebdo y su trágico y sangriento final. Unos tipos valientes, sin duda. Otros dirán que irresponsables. Bueno, eso está por debatir. La poca gracia también tienen cabida en la sociedad. Los patriotas y los creyentes están, de algún modo, obligados a convivir con quienes se burlan de sus símbolos sagrados. Ahí está el reto y la fortaleza de esos patriotas y creyentes: ser conscientes de que las burlas no afectan a su nación o a su creencia religiosa. La fe comparte la misma moneda con la blasfemia, incluso el patriota ha puesto a parir en más de una ocasión a su propio país. Es una costumbre muy española que hay que preservar.

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