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Colón, el genocida

Intentar escribir subjetivamente la historia antigua con los ojos de hoy es peligroso y, con frecuencia, ridículo porque, afortunadamente, la humanidad ha evolucionado, y no sólo materialmente: también intelectualmente, éticamente. Aunque el Derecho Romano sea todavía la fuente de nuestras pautas, los valores trascedentes son distintos y, por lo tanto, también lo son los juicios de valor.

Como es sabido, California la ha emprendido ahora contra Cristóbal Colón en particular y, en general, contra toda la colonización española, evangelización incluida. Un concejal de Los Ángeles, de origen indio (no de la India sino nativo americano, cuyos antepasados se salvaron de la masacre sistemática que llevaron a cabo los anglosajones), ha dicho del descubrimiento que fue el "mayor genocidio de la historia". Y tal acaloramiento sugiere que el ciudadano que, en uso de sus derechos, hurga tan atrás en la historia no la ha entendido completamente. Porque las palabras que hoy designan realidades truculentas ni siquiera existían cinco siglos atrás, cuando la esclavitud no era aún ni siquiera una actividad controvertida.

La llegada de Colón a América representa el choque inevitable (por la evolución de la tecnología) entre dos mundos que se desconocían, con el consiguiente conflicto cuya gestión ofreció grandes claroscuros. Tales colisiones, que han sucedido constantemente desde los albores prehistóricos, siempre produjeron dolorosos mestizajes. No tiene, pues, demasiado sentido hurgar en pasado para intentar que los sucesivos actores rindan cuentas de lo que hicieron. Entre otras razones porque, si estuvieran aquí para verlo, no entenderían nada.

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