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El grato eco de los pasos

Que ser es ser percibido, como afirmase el filósofo Berkeley, seguramente era la sensación que me rondaba cuando decidí un buen día intentar, a través de facebook, aumentar el número de quienes leen habitualmente el blog en que reflejo mis ocurrencias. Con la esperanza de subirme la moral al constatar que tiempo y esfuerzo, poco o mucho, no caían como quien dice en saco roto.

Quienes leen lo que cuento -escribía, en síntesis-, siquiera de vez en cuando, podrían hacerse seguidores del blog. Basta abrirlo y pulsar en la columna de la derecha. Para mí, comprobar que el número de lectores en estos años ha aumentado significativamente, supondría el estímulo adicional para continuar, porque eso de que uno escribe para sí mismo, pues hasta cierto punto en tratándose de las redes. ¡Venga! Ya ha terminado el verano y el único propósito de la demanda es tener evidencias de que mis reflexiones, acertadas o no, promueven cierto debate. Si no, ¿para qué seguir? Espero, por socializarme a través de las paredes del cuarto, opiniones, desacuerdos, sugerencias... Sólo así podría creer que escribir es también vivir.

Escribir es vivir(te): así bauticé al mencionado blog aunque, a la vista de mi requerimiento, se advierta cierta contradicción en la que preferí no entrar por evitar verme en la tesitura de reconocer que, pese a la contundencia del título, no tenía las cosas claras. Cierto que modestia y orgullo suelen convivir sin mirarse de frente, que a nadie le amarga un dulce y tener constancia -aunque sea de uvas a peras- de que has elegido lo que imaginas que puedes hacer aceptablemente bien, y que el eco de tu actividad por parte de terceros crece, anima a continuar.

Y en esas estaba, preguntándome hasta dónde puede justificarse, necesitarse andar tras la opinión ajena y si ello es recompensa o sólo abono para la egolatría cuando, tras caer por casualidad en un bar de Orihuela, la ciudad sumó a la memoria de Miguel Hernández unas tapas inolvidables y a un precio que por estos lares sería pura quimera. El disfrute me llevó a buscar al dueño y asegurarle que, en el blog del que les hablo, haría constar mi satisfacción y le remitiría esas líneas en justa correspondencia por "unos pimientos rellenos de langostinos que saben a gloria, bacalao asado con costra negra junto a los vinos y el café; un comer que por sabroso impedía pensar en cualquier otra cosa. Tras ello, el binomio calidad/precio decantado definitivamente en favor del paladar, desequilibrio que acostumbramos a experimentar en sentido inverso, y servicio rápido por parte de unos camareros que enriquecían la carta con su amabilidad. En conjunto, el regusto que nos llevamos puesto, y lo consigno por si cualquiera de ustedes decide un día reservar mesa en su pequeña terraza. Aquella misma tarde se me ocurrió que tal vez, contradiciendo a Séneca, la vida bienaventurada no consista en la virtud sino en el placer; del buen comer en este caso y, como otros, puede reconciliarnos con la vida al punto de decirnos, con el tenedor en la boca, "¡Detente, instante!". No pierdo la esperanza de repetir el imperativo a no tardar y en el mismo lugar".

Sin embargo, fue su inmediata respuesta, y el contento que traducía mi reconocimiento por su esfuerzo, en línea con el que yo persigo -de tapadillo o no tanto- cuando destilo por escrito mis opiniones, lo que motiva las presentes líneas.

"Como propietario del local mencionado y en nombre de todo mi equipo, le agradecemos encarecidamente su artículo. Un reconocimiento hecho público que nos indica que vamos en la dirección correcta. Cuando hace 40 años mi padre, Manolo, fundó el bar, sabía a ciencia cierta, sin estudios, que los cuatro pilares para gestionar un negocio de hostelería (limpieza, servicio, precio y calidad de producto), había que llevarlos al pie de la letra. Hoy lleva ya 15 años jubilado y veo en sus ojos, cada vez que entra a nuestro local, esa mirada de alegría que sólo tienen las personas de edad cuando ven que el trabajo que en su día comenzó, sigue su curso. Los hijos de sus proveedores son mis proveedores, y muchas veces vienen con las botas llenas de barro tras cortar las alcachofas para traerlas. Calidad de producto. Nos aseguramos que sean de la zona y, en la cocina, gente humilde que ama su trabajo y se desvive por el cliente para intentar su satisfacción. Nos quedamos con el día a día de clientes como usted que, casi por casualidad, dando un paseo, se cuela en nuestro local y nos dedica unas palabras que hace que cerremos los ojos y pensemos que quizás hayamos hecho feliz, gastronómicamente hablando, a otra persona. Y eso nos llena.Desde la dirección del Bar Manolo en Orihuela, reciba un afectuoso saludo. Antonio L.

De su contestación se desprende el contento por la explícita aprobación, y demuestra que ello no es privativo de dedicación concreta alguna: sea blog, cocina o política. Quizá porque pensemos, con Hölderlin, que sólo queda en pie lo que se canta.

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