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La banca gana

Y no puede ser de otra manera, ya que existe un vínculo casi matrimonial entre el Estado y el sistema bancario. No olvidemos algo básico: que los bancos hacen fortuna prestando dinero que no es suyo y, en consecuencia, si el negocio no les sale todo lo redondo que esperaban, descuiden, siempre tendrán el respaldo del Estado, es decir, de usted y yo, de ella y de él, en definitiva, de los clientes, ahorradores y demás chusma. Por lo menos, los usureros prestan su propio dinero. Si algún día los clientes se pusieran de acuerdo en retirar todos sus efectivos en un breve periodo de tiempo, la banca no podría de ninguna manera asumir todas esas peticiones, ya que no dispondría de todo ese dinero que en su día ingresaron dichos clientes con la intención de poner sus ahorros a buen recaudo. Pero, claro, en nuestras cabezas resuena la cantinela, ésa que dice: si quiebra el banco, quiebro yo.

Ya hemos dicho que una de las actividades esenciales de los bancos es obtener suculentos beneficios con material que no es de su propiedad, esto es, con nuestro dinero. Algo ya sabido, pero que es menester ir recordando de vez en cuando. Más aun, si un cliente deja de pagar, automáticamente el banco lo pondrá en la lista negra o roja de los morosos y, sin que transcurra ni siquiera un minuto, le bloqueará el crédito. Ahora bien, la misma operación no sirve a la inversa, pues ninguno de nosotros tiene el poder suficiente para ello. Lo más sensato es tratar de no endeudarse y frecuentar la banca lo menos posible.

De algún modo, es hasta lógico que el Estado salve los muebles de la banca cuando ésta se encuentra en aprietos. Sí, es perversamente lógico, si quieren. No en vano, el sistema funciona de este modo. Una estructura bien trenzada. De hecho, los capitostes de los grandes bancos influyen de manera determinante en cualquier decisión política. Son, sin ningún género de dudas, los sujetos más poderosos del planeta. El planeta se ha convertido un gran globo bancario. Los bancos están detrás de numerosas empresas, por no hablar de las financiaciones de los partidos políticos y sus correspondientes campañas electorales. Hasta el partido más izquierdista y de discurso anticapitalista está sustentado por algún gran banco. Incluso, qué se yo, este artículo que están ustedes leyendo está sujeto a los vaivenes de la Bolsa, y disculpen la modestia. No es extraño, pues, que ante la caída de un banco corramos raudos para salvarlo del derrumbe, naufragio o quema. Antes me refería a la estrechísima vinculación que existe entre el Estado y la banca. Tan es así que el hundimiento de uno conlleva la debacle del otro. Mientras el vínculo entre ambos sea poco menos que indisoluble, en caso de litigio el Estado siempre estará de parte de la banca. Pero la jugada no es, ni mucho menos tan simple, pues todos de alguna manera formamos parte del mismo equipo, una tríada fatal y necesaria: Estado, banca y nosotros. El cataclismo bancario supone el hundimiento del Estado y el de nuestros ahorros, o lo que sea que tengamos depositado en el banco. Aquí reside el poder e, incluso, la impunidad del sistema bancario. Todo un chantaje.

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