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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

A la Almudena bajo palio

En las postrimerías de 1953, poco después de que se firmase el Concordato, que dejaba a la Iglesia católica una inaudita situación de privilegio, que todavía perdura, en la nunciatura apostólica (embajada) de Madrid, el nuncio, monseñor Antoniutti, concedió al general Franco, por disposición del papa Pío XII ( El papa de Hitler, según el ensayo del historiador católico británico, John Cornwell), la más alta distinción de la Iglesia: el collar de la la Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo. La apoteosis del nacional catolicismo. Se le otorgó por los "singularísimos servicios" prestados a la Iglesia por el general golpista y dictador.

Ahora el Vaticano y el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, el prelado del Papa en España, se desentienden de la momia de quien siempre fue uno de los suyos, del que afirmó en su testamento haber sido "hijo fiel de la Iglesia", en cuyo "nombre me honro" y "en su seno voy a morir". Nada quieren saber del genocida que por décadas entró bajo palio en las catedrales de España. La Iglesia estima que el asunto de dónde ha de estar enterrado corresponde al Gobierno y a la familia de Franco. Miente: si el dictador es inhumado en la catedral de la Almudena, una de las de peor gusto e ínfimo valor artístico de la cristiandad, rematada por las infumables pinturas en su bóveda de Kiko Argüello, el fundador del Camino Nocatecumenal, uno de los movimientos de extrema derecha tan queridos por el papa Wojtyla y el cardenal Rouco Varela, será responsabilidad de la Iglesia católica. A ella le corresponde impedir que en su cripta la familia deposite la momia de quien fue un asesino como no ha habido otro en los dos últimos siglos de la atormentada historia de España. De lo contrario, que entre en ella y lo haga una vez más bajo palio.

El cinismo que exhibe Osoro, que habla por boca del Vaticano, al decir que el asunto no les compete es el de siempre. La jerarquía de la Iglesia acostumbra a actuar sin escrúpulos cuando atisba que sus intereses peligran. Francisco Franco fue desde el primer momento uno de los suyos. Bendijo su golpe de Estado. La pastoral colectiva de los obispos españoles santificó la "cruzada"; después, sus ilustrísimas avalaron la dictadura, porque hacerlo les reportó pingües beneficios, que siguen disfrutando sin apenas controles. Cómo van a impedir que Franco esté en la catedral de Madrid, aunque por cuestión de imagen les incomode.

El Gobierno no debería poner obstáculos a la chulesca pretensión de los nietos, crecidos al ver la impunidad con la que se desenvuelven, sino dejar que la Iglesia se las componga con la momia en su seno. Observar cómo trastea el arzobispado de Madrid con las peregrinaciones fascistas a la cripta daría la medida de la responsabilidad eclesial en los asuntos españoles. Con Franco en la catedral de Madrid queda explícito el papel desempeñado.

Tampoco hay quer ignorar la actuación de los partidos de la derecha, las contorsiones que llevan a cabo para hacer lo mismo que la Iglesia: ponerse de perfil, querer que se endose la falsedad de que lo de Franco no va con ellos. Escuchar lo que dice Pablo Casado es sintomático. En un programa de la Ser, uno de sus periodistas, Isaías Lafuente, clavó la cuestión al sentenciar que parte de la derecha se empeña en haber ganado las dos guerras: la Mundial contra Hitler y la de España de 1936-1939. Las dos no puede ser. Si se venció en la Segunda Guerra Mundial, se perdió la Guerra Civil y vivceversa. Olvidar que el general Franco fue el aliado de Hitler y Mussolini es tergiversar, retorcer hasta la exasperación, lo que ha sido la desgraciada historia de España en el siglo XX. Que un demenciado proyectara asesinar al presidente Sánchez por querer sacar a Franco del Valle de los Caídos no ha de dejar de ser considerado, aunque sea a beneficio de inventario.

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