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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Procedimiento estándar

En la 2 de Televisión Española, abundan los documentales sobre el reciente pasado bélico y mundial. Hace días, nos sumergieron en ese submundo canallesco e inhumano de la tortura. Relacionando, en un momento dado, cárceles de los expaíses satélites soviéticos con las de USA en Irak, con un vuelo rasante sobre Guantánamo. Pues bien, resulta que en tales antros de maldad, acabó por denominarse "procedimiento estándar" a una serie de actividades aberrantes pero de realización frecuente. Por ejemplo, la inmersión de la cabeza del torturado en agua hasta casi sentirse ahogado y por lo tanto llevado al borde de la delación, de la autoacusación o sencillamente de la desesperación. Porque al cabo de tres o cuatro inmersiones profundas, un ser humano deja de serlo para convertirse en un deshecho personal capaz de responder afirmativamente a cualquier pregunta. Lo decisivo en la tortura de todo tipo es conseguir una confesión, verdadera o falsa, que más tarde podrá utilizarse como justificación para alguna acción política, bélica o sencillamente personal demoledora.

Torturar es el camino para justificar lo que nos interesa. Caiga quien caiga. Torturar es matar impunemente. Torturar es destrozar una conciencia en base a "la búsqueda de la verdad". En el documental de TV2, la tortura nos enfrentaba a imágenes que hace años nos demolieron pero que ya dábamos por clausuradas, pero no, ahí estaban como acusación subterránea de todas esas barbaridades que los ciudadanos medios habíamos llevado a cabo vía democrática. Sí, vía democrática, por aquello de la delegación del voto. Los soldados norteamericanos eran las puntas de lanza de los votantes correspondientes, pero sobre todo de sus responsables políticos y militares. "Procedimientos estándar", así llamados por el supervisor de Abu Ghraib, venido de Guantánamo a Irak para acelerar las confesiones de los presos. Un señor bajito, amable y sonriente en el aeropuerto de llegada. Un desconocido. Un maravilloso obediente al sistema.

Al apagar el televisor, ya entrada la noche, quedé pensativo en el sillón orejero de la habitación : ¿Qué nos mueve a contemplar cualquiera de nuestras aberraciones históricas con cierto morbo? ¿Como es posible que programen una y otra vez escenas del Tercer Reich y adquieran audiencias llamativas? ¿Por qué estuve una hora, yo mismo, pendiente de esa historia atroz de torturas en cadena?. No tengo respuesta como no sea esa insondable tendencia humana a proyectarnos en situaciones límite, en catástrofes humanitarias, en eliminaciones del contrario, en el dolor humano sin más. Desconozco si lo hacemos por gusto, por necesidad o sencillamente porque lo morboso nos gusta, nos atrae, incluso nos autojustifica. Lo mismo que los espacios sobre la "trata", que en español puro y duro es "prostitución" sin delicadeza lingüística alguna. Hay algo en nuestro interior quevía compasión, nos atenaza y conduce a la contemplación repetida del mal ajeno. Algunos psicoanalistas lo denominan "deseos reprimidos de crueldad", esa zona cerebral que nos anima a justificarnos mediante una sutil transferencia al mal ajeno. Esos "sótanos terribles del alma", a los que casi nunca nos queremos enfrentar porque nos humillan y llaman a la conversación más acelerada y radical. Al apagar el televisor y quedarme dentro con las torturas de los soldados de USA sobre los cuerpos de los soldados Iraquíes, me invadió una vergüenza insoportable : yo mismo era el agresor pero también el agredido. Y me costó conciliar el sueño.

La vida está llena de "procedimientos estándar". Si traemos a colación el entramado político, es un material perfecto para comprobarlo : el caso del inspector Villarejo lo demuestra. Y la utilización asesina de la libertad de expresión también, y los contubernios económicos vía política por supuesto, y las acusaciones mediáticas sin fundamento que desarrollan la agresión sin dar más explicaciones. Son situaciones que rayan el bochorno, y tantas cosas más. Son torturas no en cárceles sino en sociedades democráticas y a la luz del día. Y es que cuando convertimos la tortura en estándar todo es posible. Lo peor es que sabemos lo que sucede pero no movemos un músculo para evitarlo. Lo vemos y oímos en cualquier medio y mantenemos esa distancia culpable para no mancharnos las manos. Mientras tanto, los pobres soldados de turno siguen torturados por el especialista de turno. Guantánamo sigue en acción. Los torturados conviven con sus destrozos, y nosotros utilizamos toda esta mancha humana para satisfacer nuestra conciencia de culpabilidad.

Sigan estos espacios nocturnos de TV2 y tendrán experiencias semejantes. Serán un tanto morbosas, pero también les golpearan el alma hasta hacerla sangrar. Y esta sangre, de vez en cuando, viene bien, muy bien.

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