Diario de Mallorca

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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

Tanto dolor

La rodilla no me duele en la rodilla ni el oído interno en el oído interno ni la garganta en la garganta. No. Todo me duele en el cerebro: la rodilla, el oído, la garganta y tú. En el cerebro me duelen también los lunes y los martes y los miércoles. Y cuando me acatarro se acatarra el cerebro y la fiebre de hoy se la debo al cerebro, lo mismo que estas líneas que brotan, nerviosas, en la pantalla del ordenador: ellas no son sino un producto suyo, del cerebro. Me visto y me desnudo para él, para el cerebro, y lo paseo al salir a pasear. Y si admiro el paisaje, lo admiro para él, que es un esteta. Cuando de vuelta a casa me detengo a tomar un vodka con limón, es el primero en notar las secuelas de bienestar, de euforia, de optimismo, y el primero en sufrir la caída cuando desaparecen sus efectos. En poco más de un quilo de materia gelatinosa y gris, plástica y moldeable como la silicona de los cuartos de baño, cabe cuanto quieras meter: Carlos Hernández de los Ríos, por ejemplo, hijo de Rosa y Filomeno, nacido en Guadalajara el 31 de enero de 1990, el año que nevó al nivel de mar, pongamos que cardiólogo, con su plan de pensiones y su cartilla de la Seguridad Social y su tarjeta de crédito de American Express. Los fines de semana escribe versos y va a ver a sus padres en un Reanult Megane de seis velocidades.

Todo eso le cabe al aludido en el cerebro entre cuyas rendijas se mueve, inquieto como una cucaracha, un yo perplejo dotado de los cinco sentidos más un sexto con el que adivina el futuro, mientras pasa consulta y recomienda no fumar ni beber ni comer grasas saturadas a los pacientes de la clínica en la que trabaja. Ahora que sus extremidades perciben la llegada del frío, el tal Carlos se abriga para él, para el cerebro, claro, y para él se pone los guantes de lana y desayuna fuerte porque el cerebro, en el invierno, consume calorías por un tubo. Vemos ahora al cardiólogo en la calle, cruzándose con usted, que es su vecino, y se saludan, cada uno desde la oscuridad de su cerebro donde hoy también se manifiesta toda la angustia del universo, todo el horror de no saber para qué tantas glándulas, tantas amígdalas, para qué tantas vísceras. Tanto dolor.

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