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´En xerrar de mi, no ric´

Poder albergar una idea y la contraria es, como afirman algunos enterados, signo inequívoco de inteligencia; la que exhibe una mayoría de nosotros ("¡Oh, tú, hipócrita, igual a mí mismo€!") cuando anda en juego el propio interés y es que, en lo tocante al bolsillo, el buenismo se encoge y pocas bromas.

Que todos tenemos un algo de Jano, el dios de las dos caras, permite que conviva la razón con el yo egoísta sin darse de bofetadas y la valoración mude cuando el asunto nos concierne. Baste con conocer las dispares opiniones respecto al aluvión turístico según se trate del ciudadano común o el hotelero, y de éste respecto a los propietarios de bares y restaurantes en cuanto al "Todo incluido". De animalistas o ganaderos si hablamos de lobos, de la adecuada cuantía de los alquileres para inquilinos o dueños del piso, la sanidad pública obligada a costear cualquier fármaco pero de aumentar el copago ni palabra y, por lo que respecta a los voceros del más allá, la solidaridad para con los pobres no llega al extremo de que algunos sin techo pudieran acceder al de un palacio, el del obispo, que en el pasado sólo se abría con nocturnidad y a según quién.

Es sabido que la realidad se deforma a conveniencia y, demasiadas veces, aunque el problema exista no convendrá mencionarlo. Es lo que aconsejaba Sartre con relación a los gulag y, en parecida línea, los empleados en las cuencas de carbón, cerca de su final, todavía cuestionan el plazo dado por Europa para su definitivo cierre y algunos optaron, hace unos años, por encerrarse en la basílica del Pilar en busca de protección ultraterrena que seguramente también quisieran para sí los trabajadores de centrales nucleares conforme se acerca el término acordado, en 2028, para la última.

Más acá de esa Canción del ser y la apariencia, título de un libro de Cees Nooteboom, la prosa de la cotidianidad, aun sin música, revela también que, en llegados a la disyuntiva y con independencia de las tesis previamente mantenidas, la verdad se inventa a conveniencia, sea por el individuo (podría preguntarse a quienes trabajan en la fabricación de bolsas de plástico y/o pajitas para sorber, en trance de una restrictiva normativa, si son tan contaminantes como muchos aseguran) o por determinado colectivo, e incluso en regímenes democráticos que, por cierto, tampoco son ajenos a la importancia de los números como primer objetivo y, para lograr que cuadren, en sintonía con las expectativas fomentadas, no tendrán empacho alguno en deformar la vara de medir aunque ello implique subordinar la ética a una nueva estética. Que para eso está la demagogia.

Llegado hasta aquí, me veo obligado a precisar que todo lo apuntado no es sino escenario para mejor explicarse las sensaciones que puede despertar la reacción internacional, y de nuestro Gobierno, tras el brutal asesinato de Jamal Khashoggi por parte de presuntos cómplices del Estado saudí. La condena ha sido unánime, pero de ahí a cortar relaciones comerciales con ellos media un abismo, máxime en tratándose de un país con posibles para la compraventa. El Parlamento Europeo, como nos tiene acostumbrados respecto a otros temas -léase inmigración, por un decir-, hace declaraciones para el maquillaje y, más allá del teatro, cada quién en defensa de su negocio aunque ello suponga contradecir incluso a los de su misma cuerda. Alemania se dispone a suspender una venta de armas que allí es peccata minuta a diferencia de EE UU o Inglaterra, que no seguirán su ejemplo porque, sumadas, suministran el 84% del material militar a los árabes y por ello mirarán, como era previsible, hacia otro lado.

Por lo que hace a nosotros, el astillero gaditano de Navantia y las cinco corbetas que se construyen (1800 millones) para el ejercito saudí, ha servido también como detonante de las contradicciones mencionadas en cuanto surge la pasta de por medio. Así, PP, C´s y PSOE, ¡de acuerdo por una vez! (según arguyó Sánchez, "para defender los intereses estratégicos de España"), y Podemos contra la venta pero no así su alcalde allí, el Kichi, ni los trabajadores de dicha empresa, en línea con los mineros del carbón o los fabricantes de las pajitas para usar y tirar y poniendo una vez más en evidencia las ambivalencias que despiertan las presumibles ganancias.

¡Pero si incluso el compasivo Rafa Nadal, el que hace pocas semanas limpiaba el barro en Sant Llorenç des Cardassar, está por jugar con Djokovic un partido en Arabia! Y es que, con un millón de dólares a ganar, se entiende que deba mantener su compromiso por sobre los escrúpulos de conciencia si finalmente el espectáculo tenístico tuviera lugar y, en tal caso, será un respiro el que los raquetazos no coincidan con la entrega de las corbetas o, por parte de quien sea, de unas cuantas bombas más, con la excusa de que son inteligentes -los artilugios, no fuéramos a confundirnos-. Y a los civiles yemeníes, contra los que podrían dirigirse navíos y proyectiles, pues qué vamos a hacer. ¡Que les den!, lo que a buen seguro, y con nuestro concurso, ocurrirá.

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