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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Prohibida la entrada de niños

Un restaurante palmesano exhibe una placa ´only adults´. Bajo el paraguas del derecho de admisión, se consiente que un negocio practique la discriminación por razón de edad.

Palma acaba se ser declarada por Unicef Ciudad amiga de la infancia. Se me ocurre un sitio ideal para celebrarlo. Es un restaurante de mi barrio reabierto tras una larga reforma que ha colgado en la puerta un cartel de No se admiten niños. Adults only. No se trata de un after, un casino, una disco, un bar de copas o un pub al uso, sino de un local corriente y moliente, con terraza al mar, que atiende desde la mañana para tomar café, y sirve comidas y cenas. Como salgo poco, nunca había visto una prohibición como ésta en nuestra querida urbe, y realmente me ofende tener que convivir con un establecimiento que discrimina a los ciudadanos por razón de su edad. Dicen los que saben de leyes que este veto está avalado por el famoso derecho de admisión que asiste a los empresarios para proteger sus negocios de los comportamientos impropios o abusivos, y les ayuda a cumplir con determinadas leyes (las que no permiten, por ejemplo, servir alcohol a menores o dejarles entrar en salones de juegos). Pero quienes saben más todavía oponen a este argumento el derecho ciudadano de acceso, por no hablar del artículo 14 de la Constitución, que prohíbe expresamente la segregación por motivo de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Estas últimas categorías imprecisas englobarían a buen seguro la fecha de nacimiento, pero la administración mira para otro lado y consiente los establecimientos libres de niños, siempre que exhiban en la entrada un letrero que lo especifique.

Curiosamente, el derecho de admisión, que debe ejercerse bajo condiciones objetivas, se aplica de forma arbitraria en el caso de los niños. Hace dos domingos, una familia era rechazada con un sonrisa por una camarera del citado lugar alrededor de las doce del mediodía, y el niño preguntaba: "¿Pero qué he hecho? ¿Por qué no me quieren?" Nada, te están castigando antes de que te portes mal.

La gran justificación de los defensores del ´solo adultos´ para hoteles, cruceros o locales apunta a que los pequeños hacen ruido y molestan.

Efectivamente, muchos críos gritan y fastidian, igual que algunos adultos resultan irritantes o groseros, y sin embargo solo se margina preventivamente a los primeros. En Valencia, la vicepresidenta Mónica Oltra retiró hace meses una alegación contra la segregación en el ámbito turístico por motivos de edad porque tras un intenso debate no se consideró necesaria. En lugar de eso, se recordó que los empresarios pueden utilizar la restricción infantil como un reclamo comercial, pero nunca negar la entrada a la familia que decide hacer caso omiso de esta publicidad y exige una habitación en un hotel ´only adults´, por ejemplo. No permitirle el acceso sería denunciable.

Recuerdo que hace unos cuantos años, un hostelero de la Plaza Mayor invocaba su derecho de admisión para explicar que rehusara atender a un grupo de personas con discapacidad, cosa que no le libró de la pertinente multa. El Institut de la Dona también actuó contra el peluquero palmesano que no quería mujeres en su clientela. Que haya otro negocio ahora mismo que practica la discriminación (de los niños) merece, como mínimo, una reflexión.

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