Diario de Mallorca

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Con los episodios catastróficos que este otoño ha traído a Mallorca primero y a Menorca más tarde me ha venido a la memoria que, siendo niño, me contaron en el colegio la historia de un rey de la antigüedad que, enfadado por las tormentas, hizo que azotasen a las olas. Como sólo me quedó en la memoria el esbozo del episodio he mirado en Internet y parece que se trata de una narración de Heródoto sobre las guerras médicas, nada menos, dando fe de que el persa Jerjes sentenció al Helesponto a recibir trescientos azotes de buena mano arrojándole, de paso, un par de grillos. El castigo quedaba impuesto por la osadía de la mar al destruir el puente de barcas por el que el monarca persa pensaba hacer pasar su ejército.

Como (de momento) a ninguna autoridad se le ha ocurrido azotar las nubes, se azota de palabra a los meteorólogos que, al decir de nuestras autoridades locales, no dan los avisos de temporal a tiempo. Sé por experiencia propia que esas quejas llevan a que, durante las semanas siguientes, cundan las alertas amarllas, naranjas y de todo otro color. Pero lo que parece comprobado es que, pronto o tarde, tormentas como las padecidas van a llegar; el cambio climátiico, que ya no niega ni siquiera Donald Trump, nos está llevando a que las gotas frías se vuelvan manantial helado. El problema consiste en lo que, dando por sentado que va a ser así, proceder hacer.

Lo primero y más notorio, limpiar los cauces de los torrentes. Pero como la insensatez de construir allí donde no se debería haber hecho tiene difícil marcha atrás, imagino que ya se le habrá ocurrido al Govern poner en pie una oficina para evaluar los daños no presentes sino futuros que puedan amenazarnos. Porque hablar de desgracias inevitables resulta ridículo ,habida cuenta de que los holandeses han construido incluso un muro para contener las aguas de todo un océano. Dar con la solución para que Menorca, por ejemplo, no se inunde, quedandose sin luz, con las lluvias, se antoja una empresa bastante más asequible.

Pero, claro es, estamos una vez más ante la necesidad de tomar decisiones económicas, es decir, de aplicar los recursos limitados de que se dispone a las necesidades alternativas que aparecen. Poner el grito en el cielo porque otro gobierno „del mismo color político, por cierto„ se niega a incluir compensaciones por la insularidad en la ley de los presupuestos generales del Estado estaría muy bien y sería de agradecer pero no resulta suficiente. Es preciso decidir en qué se invierte lo que tenemos y, puestos a mirar dónde van los dineros, existen no pocos pozos sin fondo de cariz ideológico que resulta difícil justificar cuando la alternativa es la de ahogarnos. No se trata, por ejemplo. de entrar en un debate político acerca de las diversas patrias sino de hacer algo ya con las inundaciones. Y me temo que con mandar dos grillos, uno al LLevant y otro a Menorca, no basta.

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