Más de 37.000 turistas visitan a diario el centro de Palma en verano. Las plazas hoteleras han crecido un 65% en cinco años. En 2012 había 24 establecimientos, el año pasado se llegó a los 67. Unos 7.000 cruceristas desembarcan cada día para visitar la catedral, pasear o ir de compras. Los datos son de Palma XXI, una asociación que combate la masificación turística y que alerta sobre sus consecuencias negativas.

Los precios de los alquileres se han disparado. Arrendar una vivienda de 60 metros cuadrados ronda los 800 euros. Las transacciones inmobiliarias se han incrementado un 80% en un lustro. La mayoría han sido protagonizadas por extranjeros. El 64% de los negocios se dedica al turismo y solo un 19% ofrece algún producto local. La conclusión de la arquitecta Maria Gómez, autora del estudio citado, es que "el turismo acelera la gentrificación". O sea, la expulsión de los habitantes de toda la vida por razones económicas.

Palma ha vivido algunos incidentes relacionados con la llamada turismofobia. Protestas de la organización independentista Arran, manifestaciones lúdicas y pintadas tipo "el turismo mata".

Las medidas adoptadas son demasiado recientes para calibrar su repercusión. Se decidió repartir a los cruceristas por distintos puntos de la ciudad y se prohibieron los nuevos alquileres turísticos, una apuesta de calado cuyas consecuencias aún no se pueden evaluar. Palma XXI pretende que el número de visitantes de crucero se reduzca a la mitad.

Venecia es una ciudad-museo. Recibe 30 millones de turistas cada año. La mayoría llegan en barco o en coche y la disfrutan solo unas horas. Ven la plaza de San Marcos, pasean en góndola y poco más. En los años 50 residían 174.000 personas en las aproximadamente 120 islas de la zona histórica, hoy son 54.000. Los críticos con la situación culpan al turismo de los elevados precios que se pagan por comprar o alquilar.

Las protestas de los venecianos contra los excesos turísticos son constantes. El pasado 30 de septiembre se celebró una manifestación acuática contra los grandes cruceros. En abril se rebelaron contra la instalación de tornos en la entrada de la ciudad -junto al carísimo y discutido puente de Calatrava- para frenar el acceso de visitantes cuando la cantidad fuera insostenible. Los críticos hablan de ´Venecialand´. Dos años atrás se bautizó como ´Venexodus´ una marcha con maletas.

Venecia cobra una tasa turística que promedia 3,5 euros por noche y que en los hoteles de lujo supera los cinco. Los venecianos prohibieron a los grandes cruceros navegar por el canal de la Giudecca. El paso de sus moles acongoja. La Justicia italiana declaró ilegal la medida.

El turismo es una bendición y, en exceso, una plaga. Con diferencias y similitudes, Palma y Venecia se enfrentan a situaciones paralelas. Nadie ha dado con la fórmula para equilibrar los intereses de los residentes con los de los turistas. Ninguna medida ha logrado una convivencia equilibrada y todas acaban siendo parches que no satisfacen a las partes enfrentadas. En estos momentos parece que la batalla es a muerte: turismo o ciudadanos, uno de los dos sobra.

Sin embargo, a nadie se le escapa que una crisis económica o geopolítica profunda convertiría a Palma, Venecia y otras urbes con alta densidad de visitantes en ciudades fantasma. Algo parecido a lo que ocurrió en Detroit con el colapso de la industria del automóvil. Palma, como Venecia, está condenada a pactar con el turismo. Por imposible que parezca, hay que poner en cascabel al gato.