Diario de Mallorca

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Durante toda la época de la Guerra Fría, la que se extendió desde finales de la Segunda Guerra Mundial a las secuelas de la caída del muro de Berlín, los temores de la ciudadanía iban dirigidos al posible uso de las armas nucleares por parte de los Estados Unidos o de la Unión Soviética, una amenaza que habría conducido de cabeza a una nueva guerra absoluta de carácter, esta vez, apocalíptico. Como aseguró Einstein, tenía claro que no era posible saber cuándo se desencadenaría la Tercera Guerra Mundial pero lo que daba por seguro es que la Cuarta se libraría con palos y piedras. Todo lo demás „el arsenal militar completo del planeta, junto con cualquier signo de civilización„ habría desaparecido al poco de que las dos grandes potencias echaran mano de sus misiles nucleares.

Pero las mayores dudas políticas, filosóficas e incluso matemáticas descansaban una cuestión interesante: quién apretaría primero el botón que liberase el fin del mundo. De hecho, el desarrollo dentro de la Teoría de Juegos del llamado "dilema del prisionero" procede de un estudio encargado en 1950 por el ministerio de defensa de Washington, el Pentágono, a dos matemáticos, Flood y Drescher, para que construyesen un algoritmo capaz de establecer qué estrategia era más conveniente, si lanzar los misiles o esperar a que lo hiciese Moscú. Lo más tremendo de la historia es que, de acuerdo con la teoría, la postura más racional „si cabe llamar racional a semejante cosa„ resultaba ser la de disparar primero.

Por suerte, los generales del Pentágono o bien no se fiaban demasiado de los cálculos matemáticos o tenían un concepto más prudente de lo que es racional porque, como es sabido, no recomendaron apretar el botón nuclear. O si lo hicieron, el dueño de la decisión final, el inquilino de la Casa Blanca, mantuvo un criterio mucho más sensato. Pero no deja de ser inquietante que el futuro de la humanidad entera dependa de la sensatez de una única persona. En especial si esa persona resulta ser, en estos momentos, Donald Trump.

Es noticia que el presidente Trump ha hecho saber que Estados Unidos se retira del tratado de desarme de misiles balísticos firmado con la Unión Soviética en 1987. Ni que decir tiene que eso no es lo mismo que apretar el botón desencadenando el apocalipsis pero nos retrotrae a la situación de hace cuatro décadas, cuando semejantes miedos no eran ni mucho menos absurdos. Las razones tendrá el señor Trump aunque, ¡ay!, la mayor parte de ellas se nos escapan, incluyendo la de no dejar a su mujer, Melania, sitio debajo del paraguas cuando llueve. ¿Falta de modales o genialidad estratégica? Si nos referimos a las armas nucleares, y no al paraguas, resulta saber cuál es la explicación última pero lo más triste es que importa muy poco si se trata de estulticia o barbarie. El resultado es el mismo en uno y otro caso.

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