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Carril para movilistas

El precio del alquiler de los locales comerciales de la calle Sant Miquel de Palma va a caer en picado, y no tardará. La predicción no es baladí y se sustenta por argumentos sólidos que irá usted desenmascarando a medida que continúe leyendo. La debacle de las tiendas de la calle peatonal más transitada de Palma puede ser extensible a otras vías, pero el estudio se ha centrado en Sant Miquel y evitaremos la presuntuosidad. Añadimos que en el futuro dichos locales comerciales amenazan con desaparecer, e incluso es probable que muchos de ellos se conviertan en viviendas. Pronto, si no ya, primará la necesidad de plantas bajas habitables en detrimento de la botica.

Seguimos con Sant Miquel. Gabriel Salvá Bosch es un peatón de esta ciudad al que le diagnosticaron retinosis pigmentaria hace ahora veinte años, cuando vivía en la calle Sant Miquel esquina con Oms, aunque ya naciera con la enfermedad que había heredado su ADN. Gabriel ha ido perdiendo la vista periférica, poco a poco, hasta quedarse casi a cero. Todavía puede ver, si hay bastante luminosidad, lo que tiene justo enfrente, pero la imagen desaparece con un mínimo cambio de luz, con una nube. Lleva cinco años sin trabajar y cobra una buena pensión, pero nadie le envidia. Yo sostengo que, entre otras cosas, le ha salvado su sentido del humor: quedarse ciego a los cuarenta hunde a cualquiera. Ahora es un ciego novato, aprende a manejarse con el bastón e intenta trazar largas caminatas. También viaja mucho a África y Filipinas.

Gabriel Salvá es un verdadero ejemplo de superación. Hoy le he llamado por teléfono (desde casa y sentado) para que me autorizara escribir su nombre. Al explicarle la razón de mi artículo me ha explicado que él, curiosamente, también se entretiene jugando a las estadísticas. Hoy mismo su bastón -al que sus amigos africanos llaman Magic Stick- ha tropezado con una serie de peatones, la mayoría adolescentes tecleando sus móviles (un 66% me ha dicho). "Los móviles los carga el diablo", bromea. Le he contado que en China ya existe el carril para movilistas - no es trola -, igual que aquí tenemos el carril bici. El carril movilista lleva las señales pintadas en el asfalto, naturalmente, para que sus usuarios nunca tengan que levantar cabeza, y de este modo baja el número de atropellos de peatones en hipnosis. Lo que no existe, ni en Mindanao ni en Mallorca - ambas islas muy bonitas - es un carril para ciegos que recorra la ciudad.

Como Gabriel, muchas personas con patologías crónicas y, más aún, aquellas que tienen fecha de defunción, leen o escuchan noticias sobre algún fármaco experimental que, de dar resultado, podría devolverles la vida. A menudo se trata de restaurar tejidos mediante células madre. Pero todas las esperanzas se frustran. Un medicamento precisa diez años de estudio en distintas fases para poder salir al mercado, finalmente salen dos fármacos de cada mil experimentados. Gabriel, y muchos otros, dejaría que hicieran cualquier filigrana con sus globos oculares mientras existiera una mínima probabilidad de recuperar la vista, esté en la fase que esté el dichoso experimento.

Sin embargo, para sacar una pantalla al mercado las exigencias son menores. Se hace así. Póngase usted unos vaqueros, cálcese unas bambas sin cordones y enfúndese una americana sobre una camiseta de manga corta. A continuación, salga al escenario con desparpajo y exhiba el nuevo iPhone XXIV; tardará solo unos segundos en convencer a un público extasiado de que es un bien de primera necesidad, tanto como el agua potable, y de que el anterior iPhone XXIII es un artilugio del paleolítico que deben arrojar a la basura. Nadie le exigirá que demuestre que no es socialmente nocivo, que no afecta a la empatía de las personas, ni a su columna vertebral, ni a su neurona. Y el año que viene saldrá el modelo XXV. ¿Pero qué relación tiene el teléfono móvil con la ceguera?, ¿y con la calle Sant Miquel?

Además de aumentar las cifras mortales en accidentes de tránsito, el telefonillo, garantiza la miopía a todo aquel que lo utilice a diario, y hace estragos entre los más pequeños que tienen una tablet acoplada al cochecito de paseo para dar sosiego a sus padres, que a su vez teclean mensajes indispensables mientras lanzan a sus bebés hacia un paso de peatones. No lo digo yo, lo dice el optometrista Donald R. Corb, miope que ha dedicado su vida a la miopía y que sostiene que millones de humanos permanecen diez (10) horas diarias ante una pantalla. La consecuente falta de humedad ocular garantizará a la miopía el rango de pandemia, y así todos, ciegos y movilistas, podremos compartir el mismo carril en un mundo más homogéneo.

Si es usted capaz de dejar el móvil en casa durante un rato, dese un paseo por la calle Sant Miquel, y se topará con centenares de peatones que no le ven a usted, ni tampoco a los escaparates. ¿No es esto ceguera? En vías tan concurridas anoto los datos a ojo (porque todavía tengo ojos), pero en las menos suelo ser bastante preciso.

Son muchas las anotaciones, y ahí va la última. Jueves, 18 de octubre a las 19:15; transitando la calle Joan Crespí por los números pares, desde el 42 hasta el 2 (unos cuatro minutos de trayecto); 24 peatones en dirección opuesta a la del contable, entre ellas trece mujeres (todas, 13, cabizbajas tecleando sus respectivos teléfonos) por once hombres (solo uno de ellos con el aparato en la oreja, hablando y con la vista al frente). Cabe mencionar que la edad de los transeúntes rondaba desde los treinta hasta los sesenta y cinco (entre el público adolescente siguen ganando ellas, pero por menos ventaja). Y una más antes de irnos. El mismo trayecto, pero a la inversa una hora y media más tarde; quince mujeres y siete hombres suman 22 peatones; ninguno usa dispositivo móvil; llueve a cántaros.

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