Después de los intensos días de luto que ha vivido Mallorca a causa de las mortíferas riadas sufridas por el Llevant de la isla, uno de cuyos momentos centrales ha sido la misa funeral celebrada en Manacor con la presencia de sus majestades los Reyes, resulta obligatorio hacer un primer balance de lo sucedido. Hay que llorar, en primer lugar, por los muertos y por todas las víctimas de la fatal tragedia. Nada repara una vida perdida ni apaga de un modo definitivo el sufrimiento de sus familiares y amigos. Consciente de la magnitud del drama, la sociedad se ha volcado en su ayuda, dando muestras de una generosidad que permanecerá imborrable en el recuerdo de todos los mallorquines. Es en las dificultades cuando se pone a prueba el valor auténtico de la ciudadanía y no cabe duda de que, en estas trágicas jornadas, nuestro pueblo ha sabido ofrecer su rostro más noble: humano y solidario, valiente y altruista.

Pero, pasados los primeros días, conviene también que nuestras autoridades lleven a cabo un profundo ejercicio crítico a fin de revisar los protocolos de actuación y las medidas preventivas. Hay que hacerlo con afán constructivo, conscientes de que el funcionamiento del Estado siempre será imperfecto, pero que lo propio de de la democracia consiste en aprender de los errores para intentar subsanarlos en el futuro. Por eso mismo, debemos agradecer la actitud de la oposición -y en especial la del Partido Popular, liderado por Biel Company- que ha sabido guardar el duelo durante estas semanas y renunciar a la labor crítica en el Parlament. Las políticas de Estado se construyen precisamente sobre el consenso, la integración y la generosidad de las partes, y aquí se trata de uno de estos casos que requieren llegar a un gran pacto. Para ello, será necesario efectuar un análisis riguroso de lo sucedido y contar con la colaboración de los mejores expertos en la materia a fin de diseñar políticas efectivas. La inmensa mayoría de profesionales contactados han señalado que ningún torrente de la isla habría logrado encauzar un caudal de agua tan violento. Pero, por supuesto, cabe preguntarse -caso por caso- qué nuevas infraestructuras resultan imprescindibles para minimizar los efectos de un temporal: del desvío de algunos torrentes a realizar canalizaciones laterales que permitan aligerar los caudales, de mejorar el mantenimiento general y la limpieza de los mismos a construir determinados mecanismos de retención del agua.

Al mismo tiempo, será imprescindible examinar cada uno de los protocolos en marcha, así como la adecuación de los distintos servicios, tanto en lo que concierne al tamaño de las plantillas como al equipamiento técnico. Un fallo claro -ya reconocido por la delegada de la Agencia Estatal de Meteorología en las islas, María José Guerrero- fue la tardanza con la que AEMET activó la alerta roja en Sant Llorenç: en concreto a las 22:01, cuando buena parte de las inundaciones ya había tenido lugar. Como ha señalado la propia Guerrero, la "AEMET tiene un déficit de recursos humanos en la periferia" y, a pesar de que actuó según los protocolos establecidos, también ha reclamado "revisarlos por si podemos mejorarlos". Aunque es probable que una alerta previa -que supone poner en estado de máxima alerta a los servicios de emergencia- no hubiera minimizado la tragedia, resulta imprescindible afinar al máximo los protocolos de actuación. No en vano, el trabajo más efectivo se realiza siempre a pie de campo y con la mayor inmediatez posible.

Analizar con rigor lo sucedido y ejecutar un plan consensuado de actuaciones constituye un deber que hay que exigir a nuestros representantes. Confiemos en que sabrán estar a la altura de la enorme solidaridad mostrada por la sociedad mallorquina -y de todo el país en su conjunto- a lo largo de estos días.