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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

La muerte digna

España camina hacia la inmortalidad: en 2040 seremos el país más longevo del mundo. Las encuestas no describen en qué condiciones alcanzaremos esa forma de eternidad de casi nueve décadas por cabeza, aunque todo indica que mal. Se alarga la existencia, pero empeoran las condiciones de los últimos años. Ahí está la soledad impuesta para la que en el Reino Unido han creado un ministerio de vanguardia. Ahí están la demencia senil, el Alzheimer, la artritis, la artrosis y un amplio catálogo, en fin, de dolencias para las que no hemos encontrado alivio. Muchas células madres, mucho colágeno, mucho ácido hialurónico y muchos yogures desnatados, pero cuando preguntas por la eutanasia, el 70% está a favor. Los notarios formalizan más testamentos vitales que hipotecas.

-Mi límite es que no pueda limpiarme el culo -decía una mujer en un reportaje sobre el tema (o sobre el asunto, ahora mismo no sé si se trata de un asunto o de un tema).

-A mí que no me enchufen -piden muchos ancianos al llegar al hospital.

La inmortalidad, aun cuando se trate de esa inmortalidad a plazo fijo, no vale la pena si uno ha leído y ha vivido lo suficiente como para conocerse y conocernos. Carl Sagan demostró que la Tierra, fotografiada a 6.000 quilómetros de distancia, es una mota de polvo absurda en la que su yo de usted y el mío resultan más invisibles que la décima parte de un microbio. Mucha de la gente que ahora mismo espera la legalización de la muerte digna (a punto de caer, esperamos) lo que pide a gritos en realidad es que, con el tubo de la respiración artificial, le arranquen ese yo con el que llevan toda la vida negociando sin alcanzar acuerdo alguno.

Nos referíamos antes a la soledad de Matusalén por no hablar de su pobreza, pues la inmortalidad doméstica con la que nos amenazan, si no nos reformamos, pasará muchas necesidades. Los viejos, en su mayoría son pobres y más pobres cuanto más viejos. De modo que la buena noticia sobre la esperanza de vida tiene dos caras, la A y la B. Como soy pesimista, me tienta más el lado oscuro que el supuestamente luminoso.

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