Hablar de poesía "es una forma del tedio o de la haraganería" según el Borges, así que solo hablaremos de poetas, concretando en Antónia Vicens porque ha ganado el Nacional de la disciplina al grito de "le dedicaré el premio a los presos políticos". Es más difícil renunciar a la cobardía en el favor que en el castigo, por lo que la verdad inconveniente de la escritora de Santanyí abofetea a la comunidad intelectual. Será que siempre me he rodeado de gente reprobable, pero no conozco un solo creador capaz de celebrar un galardón con esta respuesta insobornable, que remite a Susan Sontag cargando contra Israel al recoger el premio Jerusalén en dicho país. Al contrario, la mayoría de literatos de filiación nacionalista omitirían la referencia comprometedora a Junqueras y compañía. Ahora no toca.
Vicens es "seca y dura" según el jurado. O sea, es mallorquina, y no se apea de su condición por un reconocimiento. Su manifiesto antes democrático que independentista no solo desnuda a sus colegas. Denuncia mi complicidad, por haber ocultado diplomáticamente que el encarcelamiento sin juicio de políticos que no han causado ni un rasguño avergüenza al Estado para siempre. Me apoyo para proclamarlo en la poeta que escoge el camino más áspero para aceptar los laureles.
"Haría mal si me meto en casa al recibir el premio, y no digo nada de esto". Vicens ha transformado a los independentistas encarcelados en presos poéticos. Los altos cargos privados de libertad tampoco arriesgarían sus honores para defender a una humilde escritora, pero la regla moral no se somete a la reciprocidad. Y la magia singular de la galardonada reside en expresar su malestar como si hiciera otra cosa, sin la grandilocuencia de los solidarios profesionales. Su sinceridad honrosa solo debe compartirla con un jurado que la juzgó estrictamente por su trabajo, aunque de poesía nos han prohibido hablar.
