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Antonio Papell

La crisis de la izquierda

la socialdemocracia europea ha vuelto a registrar un nuevo resultado catastrófico: el SPD es la quinta fuerza política de Baviera, con apenas el 9,4% de los votos, menos de la mitad del 20,6% que obtuvo en 2013, y por detrás de la CSU, de los Verdes, de la conservadora formación Electores Libres y de la ultraderechista AfD. El repaso de las sucesivas debacles de las fuerzas de centro izquierda en Europa -basta señalar lo sucedido en Francia o en Italia para entender la magnitud de la crisis- ofrece un panorama desolador para la izquierda democrática, que ha sido uno de los protagonistas principales del desarrollo europeo durante más de setenta años desde la Segunda Guerra Mundial.

En este contexto, Ignacio-Sánchez Cuenca acaba de publicar un interesante ensayo, La superioridad moral de la izquierda, que, en síntesis, formula las grandes preguntas que sugiere el declive mencionado. Por una parte, se trataría de indagar por qué la izquierda no ha conseguido sacar ventaja de la gran crisis que acabamos de sufrir, un gran fracaso del neoliberalismo. Y, por otra parte, habría que resolver la grave paradoja que se resume en el porqué la izquierda, que encierra los más bellos ideales políticos y morales, está hoy al borde de la extinción, mientras gran parte de la ciudadanía busca inquieta principios y valores de consistencia ética en el populismo y en otras opciones periféricas y extremas de la oferta política global.

Lo mejor del libro de Sánchez-Cuenca es su descripción de las virtudes de la socialdemocracia, y en especial su parentesco con las mejores teorías de las justicia (tesis que defiende de la mano de Rawls). Pero a los efectos de este artículo interesan más las causas del declive. Una primera sería la tendencia de la izquierda a la fragmentación (entre anarquistas y marxistas, socialdemócratas y comunistas, estalinistas y trotskistas, etc.). En segundo lugar, cita el autor la rigidez a la hora de llegar a acuerdos, tanto mayor cuanto más radical es el cuerpo doctrinal: cualquier concesión se interpreta como una traición al ideal de la organización? Con lo cual, cuanto más pequeño sea el partido, mayor pureza ideológica podrá permitirse ya que se verá menos condicionado por la política concreta puesto que difícilmente arañará cuotas de poder (la radicalidad está de hecho sólo al alcance de las minorías muy minoritarias).

Otro factor, probablemente decisivo, que menciona Sánchez-Cuenca es que el auge del neoliberalismo, no sólo económico sino también cultural, ha provocado el declive del "comunitarismo socialdemócrata". El individualismo rampante que se ha adueñado de nuestras sociedades difumina la idea de que el conjunto orgánico de la sociedad civil ha de asumir la tarea de redistribuir la riqueza y acoger a quienes no se integren y permanezcan fuera del sistema. Recuerda el autor que el comunitarismo representaba la idea de que los problemas sociales como la pobreza o el desempleo no se confiaban a soluciones individuales sino que los ciudadanos expresaban su solidaridad a través de los sistemas fiscales. Hoy, la sociedad no es ese agregado orgánico sino una acumulación de átomos dispersos, con escasa relación entre sí y que no forman un tejido común.

Aunque el trabajo de Sánchez-Cuenca, que se acumula a una cada vez más copiosa bibliografía sobre la crisis de la izquierda, resulta inteligente y atractivo, no cierra por supuesto los enigmas que aborda. Es difícil de entender, por ejemplo, que los mismos valores socialdemócratas que ahora se exhiben, que son por su propia naturaleza permanentes, tuvieran gran atractivo para las generaciones precedentes y no para las actuales. Y cuesta trabajo explicar por qué quienes desertan de la socialdemocracia clásica se apuntan al carro de otras opciones ideológicas confusas en las que el populismo trata de sustituir conceptos ya muy trillados de solidaridad, de tensión igualitaria y de instinto redistributivo.

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