Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ha costado tiempo y sinsabores llegar a entender lo que se quería decir al reclamar el diálogo como solución para los problemas de ajuste territorial en España „no sólo los de Cataluña„ pero la espera y los esfuerzos han merecido la pena. Aunque sólo sea porque las caretas se han venido por fin abajo. En particular las de quienes se amparaban en el mantra de la equidistancia, tan eficaz en sí mismo que ha permitido ocupar sillones bien codiciados como son las alcaldías de las principales ciudades. Desde tribunas tan prestigiosas y rentables se reclamaba diálogo, en especial cuando don Tancredo, perdón, don Mariano Rajoy no era capaz ni de hablar consigo mismo. Muy al contrario, la estrategia de gobierno marianista tenía al diálogo por una rendición previa, gratuita e innecesaria; nada había que hablar mientras los fiscales y los jueces hicieran el trabajo más duro, sí que todo lo que había que hacer entretanto era esperar a que los problemas terminaran por resolverse solos.

Así fue. El problema de la falta absoluta de iniciativa polítca se arregló de por sí mismo mediante la moción de censura, en principio obediente a otras causas pero dirigida de forma clara al hartazgo ante la nada. Y, como no, en las primeras frases del nuevo inquilino de la Moncloa la palabra diálogo tuvo un protagonismo esencial. Con resultados sorprendentes. Quienes antes reclamaban diálogo sin condiciones pasaron, al poco de ver que Sánchez se lo ofrecía, a reclamar ciertos pasos previos para sentarse a hablar. Bien es verdad que, al cabo, se recuperó un cierto diálogo, el más necesario de hecho para que la administración funcione en Cataluña. Al margen de las discusiones filosófico-penales acerca de la naciente república „no hubiese estado mal que nos aclarasen, como paso inicial, si está proclamada o no„ hubo mesas bilaterales de negociación sobre los asuntos que más afectan a la ciudadanía. Pero a la hora de volver al diálogo de verdad, el que lleva mayúscula, el que se esgrimía como el arma política por excelencia para poder resolver los problemas de la soberanía de todos y cada uno de los pueblos unidos por ahora en el Estado, aparece el jarro de agua fría. No habrá diálogo alguno mientras haya políticos presos ("presos políticos" en la denominación oficial amarillista) y huidos ("exiliados"), proclaman Puigdemont y Torra. No se discutirá ni siquiera la ley de presupuestos si Sánchez deja que la fiscalía vaya por libre (ERC).

Acabáramos. La necesidad de diálogo, argumento de mayor peso en los artículos y discursos de los equidistantes para justificar que apoyasen, de hecho, al proceso soberanista, desaparece en cuanto desde la Moncloa se ofrecen a hablar sin condiciones previas. Si bien se piensa, es lógico que sea así porque el único valor que tenía la exigencia de diálogo era el de hacer pasar al otro por intolerante. Contra Franco vivíamos mejor, que dijo Vázquez Montalbán. El general no era tan listo como para ofrecer diálogo.

Compartir el artículo

stats