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José Carlos Llop

La peor crítica literaria

Una de las funciones de la crítica literaria -o del estudio y conocimiento de la literatura, tanto da- es situar la obra de un autor y al autor mismo en su contexto. Y no hay contexto más esencial y a la vez más complejo que su tierra y cultura natales. De todas las críticas literarias, la peor es la política porque no es. Porque no sirve, quiero decir, a la literatura sino -voy a decirlo a la manera jansenista- a los señores de la Tierra. Éstos se presentan disfrazados de muy diversas maneras, pero su disfraz favorito es el de los ideales y las causas nobles, que suelen justificar -al menos a la vista de sus acólitos- las marginaciones, el apartheid, los silenciamientos y el ninguneo sistemático. La causa es -en estos casos- mucho más importante que las personas.

Antes que nada decir que esto no trata de -'esto no va de', dicen ahora, como dicen con aburrida insistencia 'ha venido para quedarse'-, no trata, digo, de política sino de literatura o su estudio, que es otra forma de lo mismo. Lo es al menos cuando ese estudio está bien hecho.

Se ha publicado hace unos días, un ensayo de Sergio Vila-Sanjuán titulado Otra Cataluña: seis siglos de cultura en castellano. En estos momentos, el libro tiene su morbo añadido, pero su importancia no es coyuntural. Su tesis es tan sencilla como obvia (y sin embargo a muchos ha de resultar sorprendente): existe una literatura catalana en castellano desde hace siglos. En su origen -pensemos, por ejemplo, en Enrique de Villena o nada menos que en Juan Boscán- con una normalidad absoluta. Y a partir de la Renaixença, la herencia de un Romanticismo tardío y una concepción herderiana de la sociedad, convertida esa literatura -por la política, repito- en fantasmagórica o tan incómoda como una piedra en el zapato para los fines del nacionalismo y su defensa. Solución tan fácil como habitual: o esa literatura no existe, o es extranjerizante, o ajena, o expulsada intelectualmente, o fruto del colonialismo. O todo a la vez. Las lenguas no como enriquecimiento de una sociedad sino como pecado original. Y la cosa ha seguido hasta nuestra época, una época donde ya nadie que no sea un exaltado se atrevería a reducir la literatura escrita en inglés por Naipaul, Walcott o Ishiguro -por citar sólo a tres- a mero fruto del colonialismo.

Parte, pues, Vila-Sanjuán de una obviedad que no lo es tanto porque no se quiere, desde el establishment cultural, que lo sea: la existencia de una literatura catalana en castellano y su, digamos, secular tradición en el tiempo. Y que no es tan obvia esa obviedad lo reafirma ese 'Otra Cataluña' de su título: ¿por qué otra si es la misma? ¿Por qué otra si surge de la misma sociedad catalana de donde surge la literatura en catalán? ¿Por qué la disculpa encubierta de considerarse otra, cuando ninguno de sus autores se considera o consideraba en principio otra cosa que barcelonés o catalán, sin que su españolidad viniera de la lengua o por la lengua? Porque así lo han querido historiadores y críticos de la literatura catalana, movidos por su ideología o su afán de acomodo en la ideología dominante.

La política, ya dije, es la peor crítica literaria y ahí están los ejemplos de tantas marginaciones dentro de la cultura catalana. Quizá la más simbólica fuera el rechazo oficial de los autores catalanes que escriben en castellano por parte de La Generalitat en la Feria de Frankfurt de 2007. Dedicada, en aquella ocasión, a la literatura catalana. Aquel rechazo fue el portentoso engendro fruto de una infinita sucesión de pequeños y habituales rechazos en casa. Y la tímida y apresurada marcha atrás por parte de la misma Generalitat -cuando el ruido ya era, digamos que atronador, no antes- al ser reprobada por la organización de la Feria. Los Goytisolo, Cirlot, Ana María Matute, Gil de Biedma, Barral, Gimferrer cuando firmaba Pedro, Mendoza, Vila-Matas se quedaron fuera, y tras el feo -por ser suaves- optaron por quedarse en casa. Pero el tiempo todo lo camufla y diluye y en pleno Procés apareció Oriol Junqueras diciendo que ellos amaban la lengua castellana y la consideraban una lengua propia. A buenas horas: la coyuntura política aliada -una vez más- con el cinismo disfrazado de buena voluntad. Mientras tanto, Sergio Vila-Sanjuán iba acumulando datos y conocimientos para tejer este ensayo que da fe y certifica no 'otra' riqueza literaria y cultural catalana, sino 'una' riqueza literaria y cultural tan catalana como la escrita o pensada en catalán. Porque es la misma cultura, conviene repetir lo que es una perogrullada pero parece una herejía. Sólo que la lucha política no entiende nada de eso, a no ser que un interés bastardo le haga simular que sí, que no sólo lo entiende sino que lo acepta con afecto incluso.

Aquí y a escala insular, podríamos contar cosas parecidas. Hace unos meses el poeta y crítico de arte Enrique Juncosa presentó en el Museu d'Art Contemporani d'Eivissa una antología de poesía española - El mediodía de mañana: 18 poetas españoles- donde figuran cinco poetas (dos en catalán y tres en castellano) de las islas. Esa tarde, Juncosa habló del importante momento de la literatura balear en castellano y hay que preguntarse si ese momento -que tiene años de existencia- se ha recogido académicamente -o periodísticamente (locales y corresponsalías), o desde el punto de vista de la historia de nuestra literatura- en alguna parte. La respuesta también es obvia y es que no: sólo Bàrbara Galmés, consellera socialista de Cultura del segundo Pacte de Progrés, publicó en su día un opúsculo sobre la literatura de los nacidos en 1956 -fecha de la primera edición de Bearn (en castellano)-, destacándola en nuestro panorama.

Pero ya que estamos citaré algunos de esos nombres insulares para acabar después con la reflexión de Juncosa (y todo esto viene al hilo, también, de la tesis de Vila-Sanjuán). Ahí van: Miguel Ángel Velasco, Luís Magrinyà, Vicente Valero, Ben Clark, el mismo Enrique Juncosa -cuya poesía está casi toda publicada en Irlanda y por supuesto sin ayudas oficiales-, José Luis de Juan, José Vidal Valicourt, Eduardo Jordá, los críticos Andreu Jaume, Daniel Capó y Nadal Suau, o quien esto firma y tantos otros que me dejo en el tintero. ¿Hay quien dé más desde los tiempos de Miguel de los Santos Oliver, Miguel Villalonga y Mario Verdaguer? La variedad y riqueza de estos nombres -Cataluña aparte- raramente se da ahora en otra comunidad autónoma, decía Juncosa. Y si así fuera nos habríamos hinchado a leer sobre el fenómeno. Aquí somos más discretos con nuestro patrimonio cultural contemporáneo. Porque estoy seguro que de eso se trata. Sólo de eso: de discreción, claro.

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