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Nadal en el barro

Rafael Nadal no es para nada una estrella del tenis, sino algo mucho más grande. Es un trabajador nato y honrado. Las estrellas se limitan a brillar, y la seriedad y la humildad de Nadal no conciben que uno pueda limitarse a brillar en el firmamento del deporte. Conociendo el perfil del manacorí, uno sabe que Nadal no fue a Sant Llorenç para hacerse la foto humanitaria de turno. Fue porque tenía que ir, porque se lo dictó su conciencia y por el simple deseo de echar una mano. Un par de botas y una pala para quitar barro y achicar agua. Tampoco abrió su centro en Manacor con la intención de colgarse una medalla. Lo hizo por generosidad, por deseos de acoger a tanta gente triste y desesperada. Evidentemente, la imagen del campeón ha dado la vuelta al mundo y todos coinciden en su conducta ejemplar, pero uno intuye que un Nadal desconocido, casi anónimo hubiera dado el callo de igual forma, como quien no duda ni un segundo en acudir al lugar de la catástrofe para ofrecer sus servicios. Nadal hubiera hecho lo mismo si Nadal no hubiera sido Rafa Nadal. No sé si me explico. El manacorí ha sido educado en el esfuerzo, y ya sabemos que casi todos sus partidos tienen un componente de agonía y de heroicidad. Nadal bate el cobre en la pista y, por tanto, también bate el cobre en la vida, y más que nunca si la vida se pone fea. Nadal ha sabido descender de la tierra batida de Roland Garros y de la hierba de Wimbledon hasta el barro del pueblo de al lado. Un trabajador de los grandes que no ha dudado en ponerse el mono de faena. Y tampoco basta con decir que Nadal es así y punto, pues uno cree que un hombre también se hace, es decir, se trabaja y se disciplina. Siempre he pensando que su tío Toni, más que un entrenador de tenis ha sido un maestro de vida.

Han sido días muy duros y absurdos, en los que los bomberos de Palma no han sido avisados, y la denostada Guardia Civil se ha comportado de forma impecable, como es habitual. El cabreo, con sobrada razón, del cuerpo de bomberos ha sido monumental. No creo que el tenista mallorquín le haya dado excesiva importancia al hecho de haber ido hasta Sant Llorenç a arremangarse, e incluso habrá hecho oídos sordos a los encendidos elogios con motivo de su trabajo codo con codo con los vecinos. No vamos ahora a descubrir las virtudes del tenista, sino a dar cuenta de las virtudes del hombre, del ser humano, del trabajador sensible al que la tragedia de Sant Llorenç le ha tocado muy de cerca. Un pueblo vecino. Ahora es urgente levantar el pueblo, querer mucho a esas personas que han perdido familiares y amigos. Lo decía una vecina del lugar, con la voz temblorosa y los ojos llorosos: "esto no se puede contar, hay que estar aquí para saberlo." En efecto, no se puede narrar lo inenarrable. Nadal estuvo ahí, pero no sólo Nadal sino toda la gente voluntaria que se dirigió hacia el pueblo de Llevant a echar todas las manos habidas y por haber. Ánimo, amigos.

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