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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Trump ha acelerado de modo alarmante la erosión de la democracia

La erosión de la democracia en Estados Unidos no comenzó con Donald Trump aunque el presidente republicano ha acelerado ese demolador proceso de modo alarmante.

Tal es la tesis de los profesores de ciencias políticas Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de Harvard, según los cuales la degradación de las normas democráticas en aquel país comenzó ya en los años ochenta, es decir cuando Trump sólo se dedicaba a los negocios inmobiliarios y los casinos.

El sistema de separación de poderes y control del Ejecutivo se fundamenta en dos normas fundamentales como son el respeto al rival, cuya legitimidad nunca se discute, y autolimitación en el ejercicio por los políticos de sus privilegios institucionales.

Pero esas normas comenzaron a resquebrajarse en los ochenta y noventa del siglo pasado hasta que, en la presidencia del demócrata Barack Obama, muchos republicanos comenzaron a poner en tela de juicio la legitimidad del primer presidente negro de la historia de aquel país.

Aunque la polarización empezó con la radicalización del Partido Republicano, pronto afectaría ésa de un modo u otro a todo el sistema político norteamericano: la paralización del Gobierno, los secuestros legislativos o la negativa a aceptar ciertos nombramientos al Tribunal Supremo se volvieron cada vez menos raros.

Pero esa polarización no afecta tan sólo a la clase política, sino también a los propios votantes, cada vez más divididos por la raza, la religión, la geografía y el modo de vida: las costas y la llamada América profunda tienen cada vez menos cosas en común.

Según un sondeo llevado a cabo en 2016 por la fundación Pew, un 49 por ciento de los republicanos y hasta un 55 por ciento de los demócratas confesaban sentir miedo del partido rival.

La polarización ha evolucionado además de modo asimétrico: el Partido Republicano se fue escorando mucho más a la derecha de lo que el Demócrata se movió hacia su izquierda.

Al mismo tiempo aumentó la diversidad étnica y cultural de los estadounidenses debido a la inmigración masiva de latinoamericanos, primero, y luego de asiáticos.

Si en 1950 los no blancos representaban sólo un 10 por ciento de la población estadounidense, en 2014 llegaban al 34 por ciento y para el 2044 serán ya mayoría.

Los republicanos se convirtieron en el partido casi exclusivo de los cristianos evangelistas, contrarios al aborto y al matrimonio homosexual o partidarios de la oración en las escuelas mientras que entre los demócratas creció el laicismo.

Ello significa que ambos partidos están cada vez más divididos por raza y religión, dos temas en extremo polarizadores que, como explican los dos politólogos, fomentan mucho más la intolerancia y la animadversión que otros tradicionales como pueden ser los impuestos o el gasto público.

La oposición "amigo/enemigo" ( Carl Schmitt) se acentuó durante la presidencia de Obama debido, entre otras cosas, a la radical transformación del paisaje mediático con la popularidad creciente de comentaristas de radio y TV pro republicanos mucho más vociferantes, groseros y eficaces que sus homólogos del campo liberal.

A todo ello se sumó el apoyo financiero al Partido Republicano de organizaciones derechistas como American for Tax Reform, el Club of Growth, Americans for Prosperity o la America Emergy Alliance, que animaron al Grand Old Party a asumir posiciones ideológicas cada vez más extremistas e intolerantes.

Para los citados Lewitsky y Ziblatt, la enorme hostilidad que se ha convertido en marca distintiva de la derecha estadounidense tiene mucho que ver con la percepción de pérdida del status, de la identidad y del sentido de pertenencia a la comunidad de amplios sectores de la población protestante y blanca de aquel país.

No resulta, pues, extraño que con eslóganes como "Recuperemos nuestro país" o "Hagamos otra vez grande a América", un demagogo como Donald Trump consiguiese, cual flautista de Hamelin de la política, arrastrar a tantos votantes y convencer a sus correligionarios de que la moral y los escrúpulos no caben en política.

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