Todos sabemos que a finales del verano y durante el otoño, nuestro Mediterráneo recibe la visita de temporales y tormentas con cantidades de precipitación muy importantes e intensas. El resultado son las inundaciones: un fenómeno natural recurrente donde el agua precipitada se transforma en escorrentía pasando por el suelo y su ocupación para transformarse en el caudal que circula por los ríos. Nuestro torrentes, ríos temporales o intermitentes con agua durante episodios importantes de precipitación o con caudal estacional alimentado por manantiales y fuentes de agua subterránea, disponen de un cauce de aguas bajas y de una llanura de inundación que ocupan durante las crecidas extraordinarias. Y digo disponen porque no siempre es así. El hombre ocupa el territorio, lo coloniza y de una manera voraz canaliza los torrentes porque le molestan. Se mueven, son dinámicos y su curso cambia tras una crecida. Eso molesta a los que tienen tierras y a las infraestructuras. Cada inundación es un gasto económico considerable, a veces de vidas humanas. Así, una vez controlados, encauzados, podemos asentarnos en su llanura aluvial para vivir en ella, disfrutar y utilizar su suelo, generado por la acumulación del sedimento que transportó durante miles de años, y pasar nuestras vías de comunicación lineales. Hay mapas de zonas inundables que te marcan el peligro y riesgo de inundación cada 100 o 500 años. Se pueden consultar en internet, en páginas oficiales del Gobierno de España, obligados por la Unión Europea que nos marca el ritmo de lo que debemos hacer, aunque no siempre lo cumplimos. Se habla de tramos o puntos negros, zonas del río que son peligrosas y afectan a personas y bienes. La solución: un canal artificial, una pared, un cálculo hidrológico de la superficie teórica que ocuparía una teórica inundación. El problema de fondo es que nos olvidamos de tratar al río, al torrente, como un sistema natural, dinámico que tiene una cuenca de drenaje que recoge las aguas de su cabecera y, conjuntamente con el sedimento, las transporta hacia el mar, a su desembocadura. Lo que hacemos en su cuenca de drenaje altera y modifica su respuesta a la precipitación. Una urbanización comporta más área impermeable y un mayor caudal sin posibilidad de que se infiltre. Modificamos los usos del suelo y cambiamos su respuesta hidrológica. Desconectamos su red de drenaje de su llanura de inundación. Intervenimos en su espacio. Pensamos en ellos como alcantarillas que llevan el agua de las depuradoras o donde podemos tirar nuestros escombros. Algo que molesta en las zonas llanas pero que consideramos atractivo para practicar deportes en las zonas de montaña porque molan; porque hay saltos con agua y diversión en un entorno natural. Ahora bien, ¿cómo los gestionamos? Parcialmente, con soluciones puntuales, por tramos. No pensamos en una gestión global de toda su cuenca de drenaje y nunca, nunca, diremos que son sistemas vivos que temporalmente llevan agua y que tienen una vegetación y una fauna. Y que la Unión Europea los considera sistemas temporales de agua que hay que proteger. ¿Y que hacemos? Creamos por ley una figura de protección que se llama reserva natural fluvial e intentamos proteger algún tramo a través de un plan que no especifica como regular y asegurar su mantenimiento.

Difícil gestionar un elemento de agua superficial cuando sabemos que son las aguas subterráneas las protagonistas, las que nos garantizan el agua que bebemos, al menos en nuestras islas. El problema es que separar los torrentes de las aguas subterráneas es una barbaridad. Están intrínsecamente conectados y se explican mutuamente. Hay ríos que llevaban caudal unos meses al año y desaparecieron por explotar sus aguas subterráneas que daban caudal base. Ríos con caudal todo el año que cambian de régimen y pasan a ser temporales por un descenso en los niveles de las aguas subterráneas. Nuestros ríos temporales viven de las aguas subterráneas y tienen vida por las fuentes y manantiales que los alimentan.

Lo que pasó el día 9 de octubre de 2018 en la zona de Artà - Sant Llorenç - La Colònia de Sant Pere es un episodio de precipitación excepcional con cantidades superiores a los 200 mm en 4 horas e intervalos de 100 m en una hora. Un evento que se ancla en la zona y que genera precipitación continua durante unas horas. Una tormenta que genera una cantidad de precipitación sobre cuencas de drenaje pequeñas, de unos veinte a setenta kilómetros cuadrados, en una zona del Llevant mallorquín con una orografía particular, con montañas de altitudes entorno a los 400 metros y con desniveles de 300 metros en pocos kilómetros. El volumen de agua caída se transforma en poco tiempo en una ola de crecida que ocupa todo el cauce y la llanura de inundación. Un evento de alta magnitud y baja frecuencia que se puede dar, dicen las estadísticas, cada 100 años o más. Mientras en los torrentes del norte, como el barranc de sa Canova, la inundación se lleva puentes y corta carreteras sin pasar por poblaciones, el torrent de ses Planes atraviesa el núcleo urbano de Sant Llorenç. Deja atrás una zona agrícola y se adentra en una zona hormigonada, con un cajón que hace de cauce artificial. La riada entra con sedimento y restos vegetales, el flujo se acelera y desborda el cauce artificial diseñado para una crecida de 100 años. En una zona natural, con una amplia llanura de inundación, el agua desborda el cauce de aguas bajas e inunda la llanura perdiendo fuerza y dejando el barro. En este caso no es así. El agua sale y se lleva por delante coches e inunda violentamente parte del pueblo. Lo mismo pasa en la desembocadura de s'Illot, con el agravante de una mayor superficie de cuenca y un mayor caudal circulando. La excepcional crecida del torrent ocupa su territorio natural, el que tiene para modular sus crecidas extraordinarias, ahora colonizado por nosotros. Hay un mapa donde se señala la zona de inundación con probabilidad media de 100 años que avisa de que la parte occidental del pueblo tiene riesgo de inundación. Se hablará de si había alguna posibilidad de avisar a la población. La tormenta genera una crecida con tiempos de concentración inferiores a la hora que hacen misión imposible poder avisar a la población. Todos tenemos una aplicación en nuestro smartphone con el radar que muestra cómo las lluvias avanza hacia nosotros, pero la dificultad de predecir este evento tan localizado y las cantidades de precipitación que genera es muy baja. Los modelos meteorológicos mejoran cada día que pasa pero todavía generan incertidumbre. Aunque la pregunta es otra: ¿hemos aprendido algo de esta crecida catastrófica? Hemos revivido inundaciones históricas como la de 1989. Hemos escuchado a los lugareños hablar de que ya habían visto y vivido otras "torrentadas". Tenemos una cartografía de riesgos y sabemos qué zonas potenciales se inundan. Tenemos alertas de colores amarillo y rojo. ¿Y la prevención? Difícil en cuencas de tamaño pequeño y eventos de esta magnitud. Pero, ¿cómo actuamos? ¿qué hacemos? De momento, poner soluciones estructurales a un tramo del río. Lo canalizamos para sentirnos tranquilos y con la sensación de que el canal podrá soportar y transportar toda el agua de la precipitación. No levantamos la mirada y vemos qué estamos haciendo aguas arriba, en la cuenca que drena ese punto. Tampoco pensamos que nuestra intervención sobre el territorio tiene unas consecuencias: qué, cómo y dónde construimos. Cómo cambiamos el uso del suelo, como modificamos la respuesta hidrológica de la cuenca, esa transformación del agua de precipitación en caudal quedándose una parte, que se infiltra y puede recargar posteriormente nuestros acuíferos. No hacemos una gestión integrada de la cuenca de drenaje. Buscamos remiendos, soluciones puntuales. ¿Alguien ha visto las dimensiones del lecho del torrent de ses Planes antes de entrar en el pueblo, a su paso por él y después de dejarlo? Miren una foto aérea en un visor geográfico.

Comprueben cómo han cambiado las cosas sobre el territorio desde 1956. En las desembocaduras estrechas, en nuestras calas, conquistamos palmo a palmo terreno al torrente, a su lecho, por el cual circula el agua de vez en cuando. Total, que más da si cada 30 años tenemos una y luego ya no nos acordamos. Hoy es un día para empezar a cambiar nuestra mirada hacia estos sistemas naturales. No podemos ignorarlos, despreciarlos. Sólo recordarlos como canales que llevan agua con barro. Tenemos y debemos convivir con ellos y con el riesgo de inundación que conllevan. Son sistemas dinámicos y vivos que cumplen una función natural de transmisión de agua y sedimento entre las montañas y el mar. Erosionan y transportan pero también son el refugio de especies endémicas de fauna y flora. Tienen un valor ambiental incalculable y tarde o temprano reclamarán y ocuparán su territorio, su espacio fluvial, ese que tenían mucho antes de que nosotros llegáramos. Y que, de vez en cuando, de manera momentánea, lo reclaman como suyo.

*Profesor titular de Geografía Física de la UIB