A media mañana de hoy, pasadas quince horas del suceso colectivo más pavoroso de la historia reciente de Mallorca, la gestión de la presidenta de Balears se limitaba a un tuit altanero. Francina Armengol presumía en la noche de la tragedia de sus excelentes contactos con la mediocre vicepresidenta del Gobierno y con la ministra Batet, dos datos que seguramente impresionaron a los supervivientes de Sant Llorenç atrapados en árboles, en sus domicilios o forzados a dormir en un pabellón. Del griego Miquel Ensenyat, el estadista que solucionó en solitario la crisis de los refugiados sirios, no se tenían mayores noticias.

En esos plazos, Pedro Sánchez también había emitido un tuit, pero centrado en la empatía con las víctimas de la tragedia. La pequeña diferencia es que Sánchez debe responsabilizarse de cincuenta millones de personas, en tanto que Armengol y Ensenyat solo ejercen sobre el millón de mallorquines, por suerte para los restantes 49 millones de españoles.

Otra diferencia relevante es que Sánchez reside a 600 kilómetros de Sant Llorenç. En cambio, los ocupadísimos Armengol y Ensenyat se hallaban a cincuenta kilómetros escasos del lugar donde morían sus representados. Incluso los administrativistas de izquierdas reconocen que el Consell de Mallorca es superfluo en tanto que repite el Govern. Lo que no señalaban es que ambas instituciones son tan operativas como si estuvieran radicadas en Madrid.

Para acentuar el contraste con los perezosos políticos locales, Sánchez agarró el primer avión a Son Sant Joan, con el mérito adicional de que se embarcó tras responder otra pregunta capciosa de Pablo Casado. Ha querido cumplir con los españoles y con los mallorquines. A todos los efectos, Sánchez llegará al lugar de la tragedia antes que Armenol. En cambio, Armengol no tenía previsto visitar Sant Llorenç con Sánchez, sino que Armengol acompaña a Sánchez a Sant Llorenç. El matiz es fundamental para entender que los gobernantes de Mallorca viven de espaldas a su isla. Su relación con los residentes no es un asunto personal, son solo negocios.

Las tragedias restituyen el concepto de comunidad. Mallorca volvió a ser ayer una solidaridad ante el dolor. Los frívolos Armengol y Ensenyat se reservan sin embargo para las fiestas patronales, donde pueden ser agasajados sin reproches. Volverán a prodigarse en la próxima campaña electoral, tan pronto como se sequen el barro y la sangre. Tienen suerte de que los mallorquines pecan de olvidadizos.