Diario de Mallorca

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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

Mundo hostil

Hay más salidas de emergencia que entradas de emergencia. De hecho, las entradas de emergencia ni siquiera existen, ignoramos por qué. Lo aviones, los trenes, los cines y los centros comerciales tienen salidas de emergencia. Las hemos visto asimismo en los hoteles, en los museos y en los restaurantes. Todos los lugares en los que se entra, en fin, aparte de la salida normal, cuentan con una o varias de emergencia. No existen, en cambio, salidas de emergencia de la realidad. Uno va a media tarde por la realidad, sin meterse con nadie, cuando de súbito sufre un ataque de angustia. ¿Por dónde huir? En un establecimiento de Ikea al que acudí hace poco debido a esa tendencia autodestructiva que caracteriza al ser humano, descubrí que cada tanto, entre las puertas falsas, había una verdadera para escapar de aquel delirio. Resultó un bálsamo, pues se trataba de un establecimiento en el que no se podía dar marcha atrás. Una vez dentro, estabas obligado a efectuar una travesía demencial de dormitorios, cocinas, salones, cuartos de baño y espacios indeterminados, repletos de lámparas y utensilios de decoración inverosímiles. Pensé que me encontraba dentro de la novela (con salidas de emergencia, por fortuna) de un loco furioso.

En este instante, por ejemplo, me encuentro en la Gran Vía de Madrid, dirigiéndome hacia Callao. Hay mucho personal, lo que significa que la calle está llena de bocas y de dientes. Por alguna razón, solo puedo mirar las bocas y los dientes. Intento observar los pies de mis conciudadanos, pero mis ojos vuelven enseguida a las bocas y a los dientes. El ataque de ansiedad comienza en el estómago y sube hacia el pecho, donde se convertirá, lo sé por experiencia, en un nudo que me impedirá respirar normalmente. Miro hacia un lado y hacia otro en busca de una salida de emergencia de la realidad y no la hallo. Sería fantástico que apareciera un cartel iluminado que la señalara, como en las discotecas.

Me refugio en una cafetería, saco el cuaderno que siempre llevo conmigo, empiezo a escribir estas líneas y siento que me fugo. Eso es quizá la escritura: la vía de escape de este mundo hostil.

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