Lo sabía pero no deja de ser sorprendente: la cuadrilla del PP se dedica a lo mismo que hace treinta años. A montar bronca cada vez que le arrebatan el gobierno, sea por una derrota electoral o por una alianza parlamentaria perfectamente legítima. Existe una cortesía parlamentaria y una responsabilidad institucional (la misma que llevó al PSOE a avalar, sin condiciones, la aplicación del 155 al gobierno de Carles Puigdemont), pero una cosa y otra les es tan desconocida como la geografía de Plutón. Es el momento ideal para que Pablo Casado reactive al más bocaza de los bocazas, al máster en incontinencia verbal (éste con todos los papeles y cum laude en el trabajo fin de carrera), Esteban González Pons, superviviente milagroso del huracán de mierda que se llevó por delante a la plana mayor del PPCV.
Un arranque de malhumor me llevó a pensar que había que hacer lo posible para que el comisario Luis Villarejo resbalase en la ducha del presidio con consecuencia funestas. Ahora pienso que hay que pagarle con tanta generosidad como a las lenguas más anabolenas de Sálvame o Gran Hermano, mientras se monta la bronca en el Senado (por cierto, qué mala baba tiene la ministra de Justicia, lo pienso como justiciable y tiemblo) y una desconocida señoría del PP, en una comisión de control, le pregunta a Rosa María Mateo si la nombró jefona de TVE Quim Torra (por poderes taumatúrgicos ejercidos a 600 kilómetros de distancia), entretenidos como están en el deporte paraolímpico de lanzamiento de boñigas, no han de trabajar, por ejemplo, en asegurar las pensiones.
Lo dicho: nunca acabo de sorprenderme de que el PP defienda su derecho natural al trono, o sea al mando, como un notario defendería sus tarifas. Como defendería sus trienios y prerrogativas un general africanista. Como defendió Casado el ´legado´ del PPCV: una cuerda de descuideros y mangantes que va de Algeciras a Estambul. Tal vez por todo ello, a Albert Rivera se le han puesto ojos de flipado. Que espabile o lo chuparán de un sorbo como si fuera un petisuis.
