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Joaquín Rábago

Tras la posverdad, la poslegalidad

Tuvimos el posmodernismo, aquella filosofía o actitud artística del todo vale, de predominio de la apariencia, la hibridación y del juego sobre la substancia. Llegó después la "posverdad", convertida por el presidente Donald Trump y otros demagogos a ambos lados del Atlántico en moneda de curso legal en política. La Real Academia la define así: "Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales".

Los demagogos como Trump tratan cínicamente de hacernos creer que no hay una verdad contrastable sino que todo es relativo y que lo que llamamos sus "mentiras" no son por tanto tales, sino sólo "hechos alternativos". Trump y sus spin doctors son auténticos maestros en esas técnicas de manipulación, consistentes en hacernos comulgar con ruedas de molino. A todo ello viene a sumarse ahora lo que cabría calificar de "poslegalidad", nuevo contexto en el que no se reconocen los tratados internacionales aunque los haya firmado el anterior gobierno.

Es lo que hace Trump, por ejemplo, cuando se retira con la mayor desfachatez del acuerdo de París sobre el cambio climático o del suscrito con Irán por su predecesor en la Casa Blanca, Barack Obama. Para Trump y otros de su cuerda los acuerdos internacionales no valen siquiera el papel en el que están escritos: son sólo, si así lo deciden ellos, papel mojado. El Estado de Derecho: una antigualla. La prensa independiente, una manipuladora. Sólo importan las redes sociales.

Los convenios internacionales negociados durante años con el fin de proteger a todos los perseguidos por sus opiniones, religión o sexo: ¡tampoco nos sirven! ¡Bienvenidos al "nuevo mundo feliz" de Trump y compañía!

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