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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Màxim Huerta no debió dimitir

Màxim Huerta no debió dimitir. Se le descubrió un conflicto zanjado con Hacienda, sin fraude, sin consecuencias, sin investigación fiscal ni mucho menos penal pendientes. No alcanza para la etiqueta de truhán, solo de aprovechado sin derecho a un discurso moral. Pedro Sánchez no quiso demostrar que podía destituir a un ministro manchado, sino que podía destituir a un ministro. Este error ha conducido a la charada actual, que obliga a un fichero de afectados: Carmen Montón estaba obligada a la dimisión inmediata, por su máster al más puro estilo Cifuentes. Para los suspicaces, es curioso que la única destitución irremediable corresponda a una ministra que milita en el PSOE. O la corrupción anida en el partido, o las estructuras socialistas cargan a la mínima contra los incrustados del espacio exterior.

Dolores Delgado eructa en una sobremesa que la descalifica pero no la destituye, aunque la deja sin carrera política. Neutraliza su discurso regenerador y le daña más como fiscal que como ministra. Ha desenmascarado sin proponérselo la prepotencia de los operadores jurídicos (véase a Llarena destripando su instrucción contra los presos catalanes, en un acto privado donde cobra por su asistencia). La titular de Justicia no empeora la alta traición de Pablo Casado, al confesarle a Juncker que "España es un desastre".

Pedro Duque ve interrumpido el segundo lanzamiento estratosférico de su vida. Ya solo habrá sido ministro, pero su sociedad no le obliga a dejar de serlo. Si se vacía la alta política de todos los cargos que han recurrido a sociedades para abaratar la posesión de un inmueble, no habrá quórum.

Pablo Casado no es ministro, ni debería serlo nunca tras el "trato de favor" y el "posible" cohecho. Desconfíe de quienes exigen la cabeza de ministros y perdonan al presidente del PP. Empeora el "Luis, sé fuerte" de Rajoy.

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