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La feria según nos va

Asistimos como siempre, aunque no termine por dejarnos indiferentes pese a la inveterada costumbre, a pronunciamientos, posiciones y perspectivas en las que suele primar en primer lugar el subjetivismo e intereses de cada cual por sobre cualquier otra consideración. La realidad se individualiza y, reconocida tal circunstancia, no estaría de más entrecomillar la propia percepción o la que puedan vendernos, toda vez que tendemos a eludir aquellas evidencias que puedan poner en solfa nuestras conclusiones y no solemos ver lo que podría contradecirnos debido, entre otras cosas y como afirmara Jules Renard, a que lo que nos place nos place menos que nos disgusta lo que nos disgusta.

Con semejante predisposición, las opiniones propias o del colectivo al que nos adscribimos, ideológica y/o socialmente, terminan convertidas en estereotipos reiterados, defendidos con uñas y dientes e impermeables al punto de convertirse, por previsibles, en cansinos. A modo de ejemplos -y cada quién podría añadir los de su propia cuerda-, cualquiera está en condiciones de anticipar los pronunciamientos sobre el turismo según se trate de hoteleros y restauradores o inquilinos a más de mil por mes, paseantes desocupados o empleados públicos de la limpieza respecto al estado de la ciudad, kellys y contratadores de las mismas en cuanto a dureza de su trabajo, nacionalistas de uno u otro pelaje, okupas y vecindario, inmigrantes subsaharianos versus borrachuzos en Punta Ballena€

Del jubilado al nini, del barrendero al artista, taxista o con licencia VTC, cada cual sesgará la visión a la medida de sus deseos y expectativas, lo que como saben todos ustedes incluye a cualquier formación política, y la sanidad, educación y servicios sociales -una triada convertida en cantilena de todos ellos-, serán admirables o en grave deterioro según ocupen sillón o estén a la espera del mismo.

Que no hay hechos sino interpretaciones se conoce desde mucho antes que Nietzsche lo pusiera por escrito y así seguimos, con el añadido de que las redes sociales y los mass media contribuyen como nunca antes a cimentar filias y fobias por su posición de liderazgo en la génesis de unas actitudes que a su vez informan los comportamientos individuales.

Somos como somos, y nos manifestamos de determinada manera, porque no estamos solos. La socialización mediatiza nuestras apreciaciones, y una característica propia de la modernidad es la decisiva influencia que las palabras y análisis de unos pocos, gentes con audiencia, tienen en el fomento de la objetividad o, por el contrario, del prejuicio. Bajo ese prisma, reducir o amplificar los sesgos con que sintetizamos cuanto sucede, es también y en buena medida responsabilidad de los medios de difusión, de quienes cabría esperar -aunque puedan estar tan mediatizados como cada uno de nosotros- mayor cordura y tino en la elección de entrevistas o reportajes.

¡Claro que la verdad es poliédrica y no suele mostrarse al primer vistazo! Que de forma absoluta y como decía Wagensberg, sólo existe en matemáticas, y para acercarse a cualquier otra, en sus muchas facetas, hay que alejarse y regresar, meditar en casa y recabar nuevos datos€ Por ello, individualmente sería aconsejable, amén de escuchar más, ejercitarse en ponernos bajo la piel del criticado y, para quienes disponen/disponemos de tribuna, dejar claro al lector u oyente cuánto hay de información y cuánto de opinión, así como quizá plantearse previamente si nuestra contribución va a superar en algo la equidad del silencio o es, sobre todo, ruido. Porque cierta formación/experiencia en aquello de que se habla y escribe, honestidad en los juicios y en último extremo sentido común, podrían ser un útil contrapunto a las peculiares apreciaciones que cada cual defiende por pura conveniencia y, de paso, dotaría a esa feria que menciono en el título de una más amplia dimensión que la de su previsibilidad.

Trascender la condición personal antes de emitir un diagnóstico, se sea columnista o tertuliano, entrevistado, manifestante, sindicalista o comensal en la sobremesa, podría evitar en lo posible confundir realidad e imaginación, una diferencia sustancial y, en muchos casos, con obvias repercusiones para la convivencia.

La seguridad con que se niegan evidencias o hipótesis que no convienen, la trivialización de las mismas, el debate metafísico o la descontextualización, únicamente fomentan la incomprensión y son barreras para el consenso. Mal asunto siempre y a día de hoy, en plena feria, todo un reto el que nos siga afectando, como sugería el clásico griego, no lo que nos sucede sino lo que decimos acerca de lo que nos pasa. Y en alguna medida, en ésas seguimos.

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