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Joaquín Rábago

El automóvil particular

Nos vendieron el coche particular como símbolo de libertad, pero también de status en una sociedad cada vez más individualista y borracha de crecimiento. Una eficaz publicidad nos lo metió por los ojos y por los oídos mientras se daban todo tipo de facilidades, subvenciones incluidas, para su compra. El lobby de esa industria se volvía cada vez más potente y se infiltraba hábilmente en los centros de decisión y de poder, tanto nacionales como internacionales.

Se construían cada vez más carreteras y autopistas, siempre en detrimento del ferrocarril, y cuantas más se construían, más se iban llenando de camiones y de coches. Se levantaban centros comerciales mientras la gente abandonaba en muchos lugares los centros de las ciudades para irse a vivir en urbanizaciones. Era un estilo que podía tener sentido en Estados Unidos, pero no en Europa, donde, gracias también a una hábil publicidad, terminó, sin embargo, imponiéndose entre las clases medias ese estilo de vida.

Viviendas y lugares de trabajo se fueron distanciando al mismo tiempo cada vez más, lo que obligó a pasar horas y horas en el coche a quien lo tenía o a recurrir, en los demás casos, a otros medios de transporte. El aire de las ciudades se volvió cada vez más irrespirable y potencialmente tóxico para el corazón y los pulmones con la consiguiente carga para los sistemas nacionales de salud. Mientras tanto, los científicos independientes, los que no cobraban en secreto de la industria, nos advertían de las consecuencias negativas de todo ello sobre el cambio climático.

El lobby del automóvil redobló, sin embargo, sus esfuerzos para convencernos de que los motores eran cada vez más limpios hasta que se descubrió que algunas empresas los estaban trucando. Es una industria de la que dependen millones de puestos de trabajo en todo el mundo, y hay que seguir apoyándola, nos decían. La solución que ahora se propone es la sustitución acelerada de los motores de combustión por los eléctricos. Pero lo que muchos ven como una panacea no lo es tanto si se tienen en cuentan los factores que intervienen en su producción.

Factores como la mayor demanda de electricidad, no siempre de fuentes renovables y en muchos casos nuclear, el mayor peso de las baterías y la sobreexplotación de las materias primas necesarias para su fabricación así como los problemas de generación de residuos. Sin pretender desestimar las ventajas del coche eléctrico con respecto a la situación actual - menor contaminación medioambiental y acústica-, de ningún modo resolverá nuestros problemas. Solo un cambio de modelo de urbanismo, mucho menos expansivo, pero sobre todo de modelo de transporte tanto urbano como interurbano ayudará a paliar la situación, insostenible ya en muchas ciudades.

Cada vez es más urgente dar prioridad a los transportes colectivos, sobre todo al ferrocarril, tanto para el movimiento de personas como de mercancías. No puede ser que se siga subvencionando con el dinero de todos, pues eso es lo que en realidad ocurre, el automóvil.

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