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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

¿A estas alturas?

Una madre se emocionó tras conocer que, finalmente, se va a crear un parque infantil adaptado a niños con diversidad funcional. Un progenitor no debería sufrir porque su hijo no tiene donde jugar. Lo contrario es un fracaso

na madre de una persona con necesidad de apoyo me contó por qué la caridad, relacionada con determinados temas sociales, le provocaba urticaria. Es una mujer moderna y vehemente. Supera los 70 años, tiene voz de fumadora, actitud de guerrillera y no soporta la idea de que el bienestar de los más vulnerables se sufrague a base de la beneficencia. Compartió ideas relacionadas con derechos, oportunidades y, por supuesto, obligaciones. No habló de hacer las cosas por lástima, sino por dignidad. Habló de responsabilidad social y del lugar que todos merecemos ocupar. Su charla acabó con una pregunta: "¿Tú querrías que la escolarización de tus hijos dependiera de la limosna de otros?". Pues eso. Jamás olvidaré su enseñanza.

La semana pasada conocimos los proyectos ganadores de los presupuestos participativos, impulsados por el ayuntamiento de Palma. Por algo más de treinta votos de diferencia ha ganado la iniciativa para crear una zona infantil para niños con diversidad funcional. Hablamos de columpios, toboganes, barcos de piratas o cochecitos sobre muelles en los que balancearse. Tengo el corazón partido. Alegría evidente por los niños y sus familias. Pena y decepción porque a estas alturas, mes nueve del año 2018, todavía nos dedicamos a concursar sobre eso. ¿De verdad? Con todos mis respetos por el resto de proyectos, ¿el juego de los niños, de cualquier niño sin excepción, está a la misma altura que los otros proyectos presentados? Siento algo parecido a la vergüenza. El mero hecho de imaginar a unos padres redactando un proyecto, solicitando una necesidad tan básica para un hijo, presentando el escrito en el registro, haciendo el seguimiento de la votación, compitiendo con, por ejemplo, la construcción de un huerto urbano o una colonia felina y sufriendo por el resultado produce desazón. Algo hemos hecho mal si creemos que el acceso al juego, en igualdad de condiciones, depende de una votación de estas características.

Las madres y padres de una persona con necesidad de apoyo (diversidad funcional, diferentes capacidades, trastorno del desarrollo, discapacidad o como queramos llamarlo) merecen sentirse seguros, acompañados y confiar en un sistema que les protege y oferta las mismas oportunidades que a cualquier otra persona. Saber que viven en una sociedad madura y capaz, gestionada por representantes públicos que jamás harán demagogia con determinados temas. Que no permitirán que cuestiones de extrema trascendencia y sensibilidad jueguen en la misma liga que otras que seguramente son necesarias, pero algo más anecdóticas: Las personas con discapacidad intelectual y sus familias necesitan estar tranquilas. Saber que hemos creado una sociedad en la que todos tenemos nuestro lugar y que, llegado el caso, recibiremos los apoyos necesarios para tener una vida digna. Acceder al juego es un ejemplo de ello.

Ojalá todos los parques tuvieran juegos adaptados. Ojalá no fuera necesario tener que desplazarse a una barriada determinada para poder disfrutar de un ratito de felicidad. Jugar a piratas o balancearse en un columpio no debería ser una quimera. Desarrollar espacios en donde se permita la integración de todo tipo de personas debería ser, de verdad, algo asumido a estas alturas. Y, si todavía tenemos dudas, volvamos al principio. ¿Estaríamos contentos si el tiovivo en el que juegan nuestros hijos, nietos, sobrinos o vecinos dependiera de un voto más o de un voto menos? Me parece que no.

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