Diario de Mallorca

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Cuando Pedro Sánchez hizo pública hace poco más de tres meses la composición de su gobierno todo fueron apalusos y parabienes: qué esplendor, qué alegría comprobar la calidad del banquillo de la política española, siendo así que se había convertido en un tópico la mediocridad de los primeros espadas -y los segundos, y así hasta el final- de la clase destinada a regir los destinos del país. Las primeras palabras del gobierno en pleno también ilusionaban: diálogo, compromiso, tolerancia e imaginación. Incluso el detalle nada menor a tener en cuenta de la debilidad extrema del grupo socialista en el Congreso, en tremendas minoría, era poca cosa habida cuenta de que, así y todo, su moción de censura había triunfado incluso sin pronunciar ni una sola palabra acerca del programa de gobierno a seguir. Éste se haría patente al nombrar los ministros que, ya digo, componían un plantel como pocos. ¿Qué el destinado a administrar el deporte presumía no de haber practicado ninguno? Pelillos a la mar. ¿Qué había denuncias contra algunos de los miembros del equipo de Sanidad? Bueno, ¿y quién no las tiene? Nada: pese a la debilidad parlamentaria del Gobierno Sánchez, su muñidor se sintió con fuerzas para dejar claro que de convocatoria de elecciones inmediata -la promesa implícita en la moción de censura-, nada. Se trataba de un Gobierno para durar hasta el final de la legislatura y con aspiraciones para repetir durante varias más. Sacar pecho, se le llama a eso.

Luego comenzaron los sustos. El del cese disfrazado de dimisión de Màxim Huerta porque resulta que sí que era aficionado a un deporte de masas: el de querer engañar a Hacienda mediante sociedades interpuestas. Se fue, eso sí, marcando récords de precocidad en el abandono de la cartera. Algo más tardó en caer la ministra Montón, por un quítame allá ese máster. Y el episodio salpicó de inmediato la tesis del propio presidente del Gobierno, más ducho en nombrar ministros fugaces que en incorporar citas ajenas al trabajo digamos propio. Pero había más: el compadreo de la ministra de Justicia con el comisario de los chantajes dentro del que la señora Delgado dijo cosas de su colega Marlaska cuando menos inconvenientes.

En el escenario que el propio Sánchez daba por ideal, el de Alemania, un presidente bajo sospecha no ya de plagio sino de falta de explicaciones convincentes habría dimitido. Pero es que los alemanes son muy sosos y sus diarios más aún. La última bala en la recámara del cazador de gobiernos improbables ha sido la de utilizar una ley contra la violencia de género para aprobar sus presupuestos sin que pasen por el Estado. Pues bien, el diario más leído en este país, defensor a ultranza de Sánchez, ha cargado contra Ciudadanos y el PP por oponerse a la maniobra. Legislatura, no sé si nos queda mucha pero las risas están garantizadas de antemano.

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