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Norberto Alcover

La suerte de la socialdemocracia

Hace semanas, tras la victoria socialista en la moción de censura pactada, escribí que nuestro nuevo presidente tenía una obsesión, una vez consumada la destrucción de Mariano Rajoy: conseguir una serie de medidas entre parlamentarias y legislativas que prepararan el ambiente ideológico para una segunda legislatura, y si era imposible, provocar la realimentación de las bases del partido y en general de los votantes de la rosa y el puño. En esta obsesión, se tomarían una serie de determinaciones que irían, como hemos visto, desde la exhumación de los restos de Franco a la consecución de unos Presupuestos diferentes a los redactados por los populares. Otra cosa es cómo le haya resultado este viaje camino de una Ítaca más deseada que conquistada.

Desde mi punto de vista, las actuaciones de la ministra de defensa, de la ministra de trabajo, de la ministra portavoz, así como de la vicepresidenta con la sola salvedad del ministro Borrell (quien acabará por romper con el presidente), han precipitado una tempestad aumentada por la urgencia de reconquistar el prestigio moral del PP y no perder ámbito político de Ciudadanos. Manejándolo todo, los hombres y mujeres de Iglesias, conscientes de su capacidad parlamentaria, y los independentistas catalanes y vascos, conscientes, a su vez, de que dialogar sí pero mientras se paguen precios concretos. Sánchez es duro, muy duro, como nos lo ha demostrado en su tremenda lucha en su propio partido. Solamente una situación absolutamente crítica le hará optar por la precipitación electoral, jugándoselo el todo a un misterioso envite. Una cita que nos depararía conflictos de imprevisible solución.

Pero es que, aunque sea de forma sutilmente subterránea, lo que de verdad está en juego es el lugar de la socialdemocracia en Europa. Los conservadores saben que pueden seguir en el poder de Bruselas, pero la izquierda europea también sabe perfectamente que a la fuerza conservadora se une, en este caso, el aumento de la potencia de una ultraderecha totalitaria y populista que no es, ya, mera ilusión sino una realidad evidente en función del malestar económico y de la xenofobia en aumento. España es un tanto diferente, pero pequeños grupos comenzarían a mostrar sus posibilidades en caso de una cita electoral anticipada. La pregunta es sencilla: ¿dónde se situará nuestra socialdemocracia, en caso de que pretenda seguir siendo tal y no vire hacia un socialismo de corte marxiano, como en su momento hizo con Zapatero? Para nada escribimos de un socialismo marxista, en absoluto, pero sí de un viraje hacia una actitud política y económica marxiana, es decir, inspirado en determinados planteamientos de corte transformador a ultranza. No necesariamente agresiva en el terreno de las desigualdades, que sería lo suyo, sino de modificación llamativa de "una moral de principios" en beneficio de "una moral de situaciones". En último término, una transición desde una ética codificada a otra coyuntural y permanentemente determinada en función de los intereses del grupo. Una ética en la ideología estaría por encima del bien común. Lo que está en juego es la posibilidad de una transformación de la sociedad sin caer en dogmatismos empíricos. En España y en Europa.

No son momentos para la lucha descarada que se ha venido estableciendo en nuestro hemiciclo parlamentario, y que degrada al conjunto del pueblo ciudadano. Lo que contemplamos es un espectáculo inhumano, casi animal, de las pasiones incontenidas... o perfectamente calculadas. Tanto es así que, ante el 40 aniversario de nuestra Carta Magna, la estamos sumergiendo en un vaivén tormentoso e indignante. Muchos de nosotros y de nosotras nos dejamos parte de la vida en el restablecimiento de las libertades y nos embarga un desaliento inhibidor ante tanta mediocridad y cinismo. Durante años, he tenido la inmensa suerte de charlar a fondo con José María Martín Patino, el hombre fiel del cardenal Tarancón, y sus palabras me convencieron que todo esfuerzo por trabajar en aras de la reconciliación permanente, sería necesario y justificaría cualquier precio. Y por ello mismo, quienes nos dejamos fuerzas y alientos en conseguir esa iniciática reconciliación, pienso que nunca cejaremos de proclamarla y defenderla. Habrá más o menos suerte, pero estaremos ahí aunque solamente sea desde la palabra. Como tantos y tantas que nos dejaron en medio del esfuerzo.

En todo este barullo histórico, Pedro Sánchez tiene una gran responsabilidad en su brumoso viaje a la Ítaca de su pretendida transformación española. Aunque sea una necesaria utopía, deseo que no viaje tanto pensando en su partido como en el conjunto de España. De la misma forma que lo deseo en el caso de sus adversaros. No sea que, entre tantas pretensiones, acabemos no en Ítaca sino hundidos en la tormenta. Mientras somos víctimas de los cantos de sirenas.

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