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Arritmias de la vida

El devenir de la vida, me explicó un amigo, se asemeja al trazado de un electrocardiograma. La vida fluye como la actividad cardíaca que se va plasmando en un fina tira de papel cuadriculado. Pero, de vez en cuando, la rítmica sucesión de picos y ondas se ve alterada por alguna figura inesperada o deforme o aparece con un ritmicidad asincopada y extraña. Estamos, probablemente, ante una arritmia. Bueno, pues estas arritmias, que en el electrocardiograma hacen que el cardiólogo se interese sobremanera por el paciente, investigue su origen y la forma de eliminarlas, en la vida cotidiana señalan los sucesos sobre los que el periodismo debe volcar su atención.

Hace años que entre los recortes que decoran la pared frente a mi escritorio hay colgada una arritmia: la entrevista que en el año 2010 Antonio Fontana hizo para Abc cultural al escritor Alexandre Diego Gary. En realidad, lo que conservo es un fragmento de la arritmia: el titular de la entrevista donde Alexandre dice: "He hecho más las paces con mi madre que con mi padre". La arritmia, vista en detalle, es brutal, demoledora. A Alexandre Gary, siendo adolescente, se le suicidaron sus padres con un intervalo de 17 meses de diferencia.

Contaba 17 años cuando su madre, la bellísima actriz Jean Seberg, apareció muerta entre alcohol y barbitúricos en un Renault 5 blanco. Y al cumplir los 18 años, su padre, el prestigioso escritor Romain Gary, se disparó en la boca en su domicilio parisino. La arritmia del escritor Alexandre Gary, entre belleza y tragedia, se volcó sobre el papel en el año 2009, cuando treinta años después de la muerte de sus padres, publicó S. o la esperanza de vida donde va desgranando los años terribles que hubo de afrontar. La arrítmica "S" del joven Gary traduce "sufrimiento, silencio, soledad, suicidio y el zigzagueante caminar de un cangrejo, adelante y hacia atrás."

Hace casi diez años que el periodista Sergio González Ausina (Denia, 1978) detectó una arritmia. Una arritmia en su vida privada, en su familia. Una tarde, mientras escribía sobre el tabú que supone para los periodistas informar sobre un suicidio, su padre le contó un secreto familiar guardado a buen recaudo, como sólo sucede con los secretos familiares: que él también había tenido un tío, un hermano de su padre, que se había suicidado en 1977, con 25 años de edad. La detección de la arritmia dejó al joven periodista entre perplejo y paralizado. Pero no se vino abajo. Envuelto entre dudas, conflictos personales, silencios y la lejanía del suceso que trataba de aclarar, el periodista González Ausina comenzó a escribir una crónica de los hechos que ahora ve la luz en Ediciones Deliberar: Última carta. Un suicidio en mi familia, un relato extraordinario, vibrante y con esa resonancia afectiva que sólo logran las historias llenas de verdad, aquellas que se escriben jugándose el pellejo porque sólo se sostienen sobre hechos reales.

El trabajo de Sergio confronta varios mitos: la abundante literatura tan especulativa como presuntamente técnica sobre el suicidio o la vergonzosa tolerancia de ciertos sectores sociales hacia este asunto, que reviste de crisis existenciales lo que son, antes que nada, floridas enfermedades mentales. El tío de Sergio sufría una esquizofrenia paranoide, por ejemplo, y parece que poco antes de quitarse de en medio supo que iba a ser padre. Pero el libro de Sergio no busca explicar porqué se suicidó "el esquizofrénico".

Si hay dos lugares comunes contra los que pelea el libro de Sergio son el tabú del suicidio y la construcción del periodismo sobre el porqué de los hechos. Dos tabúes irracionales pero francamente poderosos, defendidos por sumos sacerdotes de luengas barbas, viejas canas y religiosos ropajes. El libro de Ausina aniquila estos extravíos de la razón por la simple receta de ir dando taxativa cuenta del qué, del cómo, del cuándo y del dónde los hechos en un relato que cuando no es vertiginoso es eléctrico como toda arritmia que se precie. Sergio intuye que nunca sabrá el porqué se suicidó su tío. Pero sin un relato firme de los hechos ni siquiera los especialistas en Suicidología podrán diseñar intervenciones que permitan evitar estos sucesos tan cargados de dolor y dramatismo. Última carta: "Queridísimo papá. Empecé a escribirte esta carta en León. (..). Siempre me llamó la atención tu frialdad en los momentos duros. Esa imagen contrastaba con la de un hombre nervioso ante cualquier nimiedad. Ese miedo tuyo nos ha salvado la vida varias veces. Estoy convencido de ello. Pero también nos ha impedido, de vez en cuando, levantar la voz, ser valientes, confiar en nosotros mismos. Estoy seguro que tu miedo está relacionado con el silencio. Creo que el secreto que guardaste durante tantos años te creó una tensión difícil de soportar. Nadie puede cargar tanto peso. (...) Quería decirte que quisiste protegernos. Pero no se puede proteger del todo a alguien hurtándole parte de su historia". El periodista Sergio González Ausina ha escrito, sin apoyarse en la ficción, una crónica que huele a obra maestra. Todo para contradecir a los cobardes que fingiendo proteger al prójimo solo piensan en sí mismos. Sobre esto dudaba mucho Ignacio Aldecoa pero González Ausina demuestra que huir nunca explica la huida.

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