Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Barrio Sésamo, 123

A mi hijo no le gustaban demasiado los episodios de Epi y Blas. Prefería a la rana Gustavo, a Bluky, al monstruo de las galletas, a Paco Pico, al conde Draco o a la cerdita Peggy (uno de sus capítulos favoritos era el de la boda en una iglesia entre la rana Gustavo y la cerdita Peggy). Como mi hijo nació cuando ya no se emitían los programas de Barrio Sésamo, los teníamos que ver en recopilaciones de vídeo. Yo tampoco los había visto en su día (a mí me pillaron demasiado mayor), así que pude descubrir un mundo que me fascinaba y me sigue fascinando. Y mis personajes preferidos, claro, eran Epi y Blas, aquella pareja de amigos que vivían en el sótano del número 123 de Barrio Sésamo. A mi hijo, en cambio, le parecían aburridos. "Son tontos", me dijo un día. Y otro día hizo un comentario más misterioso aún: "Parecen personas mayores".

Supongo que se refería a que Epi y Blas llevaban una vida muy casera. Tenían una salita de estar con dos sillones y un florero, tenían una cocina, tenían un baño con una bañera y tenían un dormitorio con dos camas (y con su foto colgada en la pared). A Blas le gustaba leer libros y leer el periódico cómodamente sentado en su sillón (y podemos imaginar que con las pantuflas bien puestas), hasta que llegaba Epi y le interrumpía con su patito de goma o con sus preguntas absurdas o sus caprichos inexplicables. Epi era simpático, tontorrón, miedica, curioso. Blas, en cambio, era circunspecto, serio, responsable, gruñón (y muy paciente). Epi se pasaba la vida haciendo preguntas. Y Blas se pasaba la vida contestándoselas. Un día, si no recuerdo mal, Epi tuvo la feliz idea de guardar los cubitos de la nevera bajo una manta eléctrica. Cuando fue a buscarlos, se encontró con que donde había cubitos ya sólo había un charco de agua. Y como es natural, el pobre Blas tuvo que explicarle por qué había ocurrido aquel desastre.

Estaba claro que Epi y Blas representaban dos visiones antagónicas de la personalidad humana, igual que don Quijote y Sancho o Mr. Pickwick y Sam Weller o el Gordo y el Flaco. Epi era ingenuo, impetuoso, alocado, y si pudiera votar, seguramente votaría a la izquierda. Blas, en cambio, era un personaje serio, paciente y gruñón que seguramente tendría ideas conservadoras. Pero los dos personajes opuestos -el optimista y el gruñón, el alocado y el circunspecto- vivían juntos en una misma casa, compartiendo incluso el dormitorio, porque los creadores de Barrio Sésamo querían hacer ver a los niños que dos personas muy distintas podían convivir juntas y aprender la una de la otra y descubrir que la vida era mucho más interesante cuando uno podía compartirla con alguien más. Por eso, supongo, mi hijo veía a Epi y Blas como dos personajes aburridos, y peor aún, como dos personajes mayores. Pero es que estaban concebidos para ser eso: una pareja que convivía y chocaba y se impacientaba y tenía que aprender a tolerar la forma de ser del otro, con sus caprichos y manías, con sus interrupciones y sus incomodidades.

A mi hijo nunca se le pasó por la cabeza que hubiera la menor conexión sexual entre Epi y Blas, por la sencilla razón de que mi hijo veía sus programas con cuatro o cinco años. A esa edad, sus nociones sobre la sexualidad serían más bien nebulosas, aunque el perturbado doctor Freud lo habría incluido ya en la etapa anal-sádica o de latencia genital o en cualquiera de esos campos de concentración psíquicos en que el buen doctor se empeñaba en encerrar la mente de los niños. Pero al mismo tiempo estaba claro que mi hijo veía a Epi y Blas como dos personajes "mayores" que no tenían nada que ver con Peggy ni con la rana Gustavo ni con el conde Draco. Sus vidas parecían distintas a las vidas de los demás muñecos. Ellos tenían neveras, lamparitas, sillones, periódicos. Incluso tenían una foto de ellos dos, abrazados, presidiendo su dormitorio.

Y como es natural, un día empezó a rumorearse que Epi y Blas eran gays. Bastó que el sexo dejase de ser un tema del que no se hablaba jamás con los niños (algo que ocurrió a finales del siglo XX) y de repente las conductas sexuales lo llenaron todo. Un muñeco dejaba de golpe de ser un muñeco y se convertía en otra cosa, de hecho, en cualquier cosa. Y es normal que fuera así, porque lo que antes era un tabú, ahora ya no lo era. El creador de Epi y Blas - Frank Oz- desmintió que los muñecos fueran gays, porque lo único que había querido era crear una pareja antitética que se llevara bien. Pero el creador no es el dueño de sus personajes, ya que el lector o el espectador pueden hacer lo que quieran con ellos. Y en un mundo donde la homosexualidad es normal, lo más normal es que haya niños y adultos que vean a Epi y Blas como una feliz -y gruñona- pareja homosexual, aunque eso fuera lo último que tenía en la cabeza su creador, allá por 1969, cuando empezó a imaginar un muñeco naranja con la cabeza redonda y otro muñeco amarillo con la cara alargada como un pepino.

Compartir el artículo

stats