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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Mucho ruido y pocas nueces

Hay ruido. Mucho. Tanto que, a menudo, perdemos lo esencial de las cosas. Nos enganchamos a lo anecdótico e ignoramos lo importante. Conversaciones en las que se habla de todo, no se profundiza en nada y se acaba perdiendo el norte. Hace tiempo acompañé a una amiga a ver a un psicólogo amigo. Tras cinco años de relación, ella había empezado a sentir un no sé qué desazonador. Se sentó delante del terapeuta y comenzó a hablarle de valores que ya no compartían, de una madurez que no llegaba, de la ausencia de pasión, de los detalles que añoraba y un largo blablablá poético. Mi amigo la escuchó en silencio. Cuando ella calló, él sentenció: "Te has desenamorado. Eso es todo". Esa noche, mi amiga dejó a su novio porque, por fin, alguien le había mostrado la esencia de su no sé qué.

Personalmente, no me parece relevante que una persona haya hecho un máster, dos, sea licenciado o doctorando. Hay personas preparadísimas que no tienen nada de lo anterior. Lo verdaderamente importante y molesto es que algunos de los que nos representan mienten. Y eso, ¡ay!, no lo merecemos. Con todo este teatro, además de demostrar una pobre catadura moral, exhiben su falta de empatía por asuntos que sí son relevantes, y mucho, para los de a pie. Queridas señorías, ustedes debaten sobre sus currículos hiperbólicos y en el resto del país las compañías eléctricas practican la usura y la bombona de butano sigue subiendo. Mientras se dedican a los dimes y diretes, muchos no llegan a final de mes o no pueden alquilar una vivienda. Ustedes se instalan en el "y tú más" y la sociedad catalana se fractura. Mucho ruido para tan pocas nueces y qué cansancio para la plebe.

Las redes son el paraíso del griterío. Mi gran amiga Pili me envió un vídeo precioso del reencuentro entre un señor de 53 años, con síndrome de Down, y su padre de 88 años. Llevaban una semana sin verse y las imágenes eran amor y ternura en estado puro. Poca comunicación verbal y mucha gestual. Nada más. Hasta que la red social lo engulló. ¿Para qué disfrutar de una bonita imagen si puedes echarlo a perder comentando sandeces que no vienen a cuento? Algunos aseguraban que era una enfermedad, otros que era un trastorno genético. Tuiteros estaban convencidos de que los padres de esas criaturas son elegidos de Dios y que esas personas son ángeles en la tierra. Diversas madres mostraron su hartazgo ante el exceso de romanticismo y demagogia y otros usuarios pontificaron como si fueran neurólogos. O predicadores. O los dos al mismo tiempo. Al final, ¿alguien recordaba la imagen del hijo besando los mofletes del padre? Pocos.

Mientras los abogados ultracatólicos se querellan contra un actor a quien ahora le ha dado por blasfemar, muchos nos preguntamos si no sería más útil invertir tanta energía procesal en denunciar las atrocidades en el seno de la Iglesia. Dicen que vivimos en el mejor de los mundos, pero la Europa democrática y social se tambalea, oímos los chillidos de Trump desde el otro lado del Atlántico y las pataletas de Salvini están a la vuelta de la esquina. Necesitamos creer que hay personas capaces de hacer oídos sordos al follón, que hacen poco ruido y dan muchas nueces.

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