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Las malas lenguas

Cuestión de espacios

Oigo hablar de barracones que se instalan en colegios e institutos para albergar aulas. ¿Barracones? Me suena mal, como a posguerra o campo de concentración. ¿De verdad que no se puede hacer otra cosa?

Proveerse de un espacio agradable ha sido siempre una prioridad de los humanos. Toda civilización ha procurado construirse moradas acogedoras, pues sabe que la idoneidad del lugar que habita es fundamental para generar un equilibrio anímico, por ello los romanos ideaban sus domus con tanta minuciosidad, al igual que los árabes sus palacetes, cuidando que los colores y mobiliario de cada estancia cumplieran su objetivo para generar bienestar, favoreciendo la orientación climática y lumínica para cada una de ellas y procurándose la convivencia de zonas de recreo, donde solazarse con la vivificante presencia de la vegetación y el discurrir del agua. El espacio en el que vivimos nos condiciona, al igual que el espacio donde trabajamos, que a veces es el mismo. Se han dedicado páginas e incluso libros enteros (Cuando llegan las musas) a describir cuál es el ambiente del despacho en el que crean los escritores y otros (Una habitación propia) a reivindicar la sola necesidad de ese cuarto. En este caso, para las mujeres, porque como contaba Virginia Woolf en tal obra emblemática, las que carecían de él pasaban auténticos apuros.

Jane Austen, que escribía sus novelas en el salón familiar a hurtadillas -como era lo normal para una autora del siglo XIX- había de interrumpir sus escritos y esconderlos, en cuanto cualquier pariente o visita irrumpía en la estancia y Charlotte Brontë redactó Jane Eyre en la cocina, mientras pelaba patatas. En cuanto a Elena Fortún, ya nacida después de morir Woolf, había de hacerlo en el cuarto de baño, pues no tenía más remedio que ocultar su labor a los ojos envidiosos de su marido, que era también escritor, pero muy mediocre. En cuanto a los autores varones, aunque mejor mirados por la sociedad, pero no siempre tanto por la fortuna, han habido de conformarse, en muchas ocasiones, con hacer escritorio de la mesa de un café, cuando no disponían sino de una casucha oscura y mal ventilada, donde enredaba una trupe de chiquillos que lloraban a pleno pulmón, correteaban por los pasillos y se pegaban entre sí.

Un espacio. La conveniencia de un buen espacio es necesaria para el trabajo creativo y para cualquiera. Las empresas eficientes se preocupan de que las oficinas de sus empleados sean salubres, cómodas y agradables, porque saben que un trabajador aumenta su rendimiento en tales circunstancias. La importancia de los espacios, su cuidado, es algo que hay que observar desde un primer momento en el desarrollo del ser humano, sobre todo, si se espera que, en ese espacio, donde ha de pasar muchas horas, se consolide su proceso de aprendizaje; un periodo que va a marcar el resto de su vida.

Oigo hablar de barracones que se instalan en colegios e institutos para albergar aulas. ¿Barracones? Me suena mal, como a posguerra o campo de concentración. ¿De verdad que no se puede hacer otra cosa?

Vale, vale, sabemos que es coste, pero también que es inversión en el progreso y en el futuro. ¿Hay de veras otra inversión que merezca más la pena? ¿Vamos a creer que un alumno, sentado durante seis horas ante un pupitre y hacinado en un grupo numeroso de un barracón sin climatizar rinda lo pertinente? Si hay que aplicar la psicopedagogía, apliquémosla en tal concepto. Un alumno es susceptible al espacio que le rodea, si éste es inhóspito, si le sofoca un calor de más de 30 grados en junio y otro tanto en septiembre y octubre, se va a mostrar mucho más irritable. Tampoco se concentrará demasiado si en invierno no puede apenas moverse, refugiado en su plumón, su gorro y sus guantes. Un alumno climatizado, o sea, a gusto, va a aprender con mayor receptividad lo que proyecte una pizarra digital, incluso lo que lea en papel, que ésa es otra, el papel ha de ser actualizado. Eso no significa eliminarlo, ni mucho menos. El papel es necesario, indispensable en el aprendizaje.¿Por qué? Eso no es difícil de contestar. Sin duda, la lectura en el papel es más cómoda y permite asimilar textos más extensos y complejos, lo que no es excluyente de las pizarras digitales, que son una herramienta muy útil, muy ilustradora e incluso imprescindible, pero complementaria del papel.

Cuando me refiero a actualizar el papel, hablo de la calidad del papel que se le da a los alumnos para estudiar. Esto es; el programa de gratuidad de libros es una iniciativa muy loable, pero esto no puede consistir en que hereden libros muy desactualizados ya, rancios de contenidos, casi negritos de color, y hasta en nefastas condiciones higiénicas. Pregunto y pregunto de corazón ¿acaso motiva leer un libro que ha sido sacado de un armario por un empleado con guantes de látex y mascarilla para no contagiarse de virus? ¿De verdad se merecen estos libros las personas en formación que van a estar a cargo, nada menos, que del futuro? No se pueden abordar campañas de fomento a la lectura, si no se ofertan libros, como poco, presentables.

De otra parte o de la misma, los espacios. En fin, es necesario estudiar el terreno sobre el que se construyen colegios e institutos para que no sean inundados en cuanto vengan lluvias. También, por supuesto, que la orientación sea idónea, que reciban la luz y el calor en las horas convenientes, que contemplen el uso de la energía solar y no hayan de recurrir tanto a la eléctrica. Y precedentes no faltan.

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