Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

¿Y si...?

Primero fue el escándalo de la restauración del Ecce Homo de Borja, un fresco de los años 30 que se convirtió en un híbrido entre el erizo de mar y un pan de medio kilo, eso sí, peludo. Ni cien años tenía la pintura y ahí estuvo el consuelo. No sólo ahí: el descacharrante disparate dio la vuelta al mundo -en Nueva York fue muy celebrado- y todos encontraron lo patético muy gracioso, ocurrente y divertido. Hasta ahí, bueno: uno piensa en 1930 y vuelve a consolarse: no hay para tanto. Pero la cosa ha ido a más. Una talla policromada de San Jorge, siglo XVI, perteneciente a la parroquia de Estella, fue atacada por una restauración colorista que la convirtió en una marioneta de teatro siciliano -llamadas pupi-. Ja, ja, ja, de nuevo y eso que poca gracia tenía la cosa. Lo mismo ocurrió con otra talla policromada de San Miguel Arcángel del siglo VII -aquí la época agrava el atentado-, transformada en un muñeco de feria en Peñaranda de Bracamonte. La última víctima -habrá más- ha sido un conjunto escultórico de la Virgen, con el Niño y Santa Ana, perteneciente a una ermita asturiana, convertida en un mixto entre los pastores naïf de Juan Guerra y las piezas de Lego.

La cantinela surgida en cada una de las ocasiones ha sido repetitiva: primero, la celeridad en la llegada de las cámaras de televisión: ¡oh, miren, qué barbaridad! Segundo, rasgar de vestiduras por parte de los restauradores "profesionales" -¡ay, el intrusismo!, ¡ay, los títulos y másteres impostados!-. Tercero, silencio de los vecinos en defensa de la ocasional restauradora, no tanto como diletante de la materia cuanto como persona digna de ser defendida con la omertá de la tribu (frente al apabullamiento de los medios tienen razón: cualquier ciudadano en solitario es un frágil esquife y no se merece tal linchamiento). Cuarto: las risas y burlas que provoca el asunto y su difusión, no se sabe si por mero cachondeo ante el desastre, o por tratarse de imágenes religiosas cuya chanza no encuentra defensa ni entre quienes las custodian y deberían. Quinto: súbita popularidad del lugar del desaguisado y tímido nacimiento de un turismo voyeur: la sociedad del espectáculo y su festín. Hasta aquí llegamos.

Pero... -en Mallorca siempre ha de haber, como mínimo, un pero...- ¿y si este asunto de las restauraciones bárbaras fuera la metáfora perfecta de nuestra vida pública? ¿Si estuviéramos en manos de meros amateurs y diletantes y de ahí todo lo que nos pasa, másteres y tesis doctorales incluidos? La última colección de artículos de Javier Marías se publicó con el acertado título de Cuando los tontos mandan. ¿Y si fuera eso? ¿Si en todo, o prácticamente en todo, son los tontos los que mandan y se salen con la suya? ¿Y si la vida ahora -tal como nos la cuentan, tal como la quieren- es como las absurdas restauraciones de lo que antes fue otra cosa, es decir, arte religioso: arte que une y no separa ni divide?

Es muy fácil -y lógico, por supuesto- reírse de Trump, pero ¿han mirado en casa? Porque Trump o quien sea el animal de turno, comienza en casa. Todo empieza siempre en casa y se expande como las imágenes restauradas: entre risas, falso escándalo y aplauso al más tonto porque ha sabido salirse con la suya. Pues bien: c´est la vie: nos mandan los más tontos de la clase -el más tonto siempre se cree más listo (versión local: més puta) que los demás- y todos somos sus cómplices. Pues eso. Me acuerdo ahora de Andrés Ferret imitando la voz de Gabriel Cañellas: badant, badant, Cañellas va endavant... Y el político creó escuela y legión de admiradores; entre sus rivales incluso.

La otra noche vi la entrevista con Joaquim Torra en La Sexta. Otro ejemplo más de limitación elevada al cubo y sin embargo, beatíficamente disfrazado, Torra opina y manda (lo que le deja Puigdemont), chantajea, miente y perdona la vida de su oponente con absoluta impunidad y el gesto de asco y cansancio de quien piensa: por qué he de dar explicaciones a estos subnormales. Ya saben: cree el tonto que los tontos son los otros.

Miramos el ´Ecce Homo´ de Borja, el San Jorge de Estella, el San Miguel de Peñaranda de Bracamonte o la Virgen con el Niño y Santa Ana, de Rañadoiro y nos muevan a risa, nos indignen, o nos hagan encoger de hombros, son fruto de unos tiempos donde, machacadas las jerarquías, cualquiera se atreve con todo y de todo sabe y ha de disponer de todo. Síntoma y metáfora donde el arte -la mejor representación del espíritu humano- se convierte en la representación de un fantoche. Como en la Revolución Cultural china pero en light. Y así lo demás, honores universitarios para engañabobos incluidos.

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