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Miquel Àngel Lladó Ribas

La prostitución no es un trabajo, es un negocio (vil)

¿Alguien en sus cabales vería con buenos ojos la creación de un sindicato de esclavos? ¿Qué clase de derechos se podrían defender desde un colectivo que ve secuestrados los mismos por parte de sus explotadores y traficantes? ¿Es posible legalizar el trabajo forzado y a destajo, sin horarios ni garantías salariales? ¿Se puede llamar "trabajo", en fin, a una actividad que se practica bajo sometimiento e humillaciones constantes por parte de las personas que se benefician de esa actividad?

Estas y otras muchas preguntas, a nuestro juicio, son aplicables a la desafortunada iniciativa promovida por una asociación que obedece al nombre de "Organización de Trabajadoras Sexuales (Otras)" y que consiguió registrar sus estatutos para constituirse en un sindicato para la defensa de las mujeres que -en su inmensa mayoría de manera forzada- ejercen la prostitución en cualquiera de sus múltiples formas y variantes. La iniciativa ha originado un debate "incómodo", tal como se señalaba en el reportaje de este diario publicado el pasado 9 de septiembre. Un par de cosas llaman la atención en esa crónica: la primera de ellas, la postura de Ciudadanos al defender la existencia de dicho sindicato prácticamente en solitario; la segunda, la indefinición de algunas formaciones progresistas -el caso de Més-, argumentando que en el seno de ese partido no se ha realizado un debate en profundidad sobre la materia. También llama la atención la contundencia de los Populares, quienes, oportunismo político aparte, definen la prostitución como "el reflejo de la desigualdad y de la violencia contra la mujer", un postulado que a nuestro juicio define bien a las claras lo que supone ese "oficio" y que por otra parte asumen la mayoría de partidos, sindicatos y asociaciones encuestados en el reportaje.

Otro dato escalofriante es el que se refiere al número de hombres que hacen uso de la prostitución en nuestra comunidad, alrededor de cien mil. Eso significa que, de acuerdo con el último censo poblacional, que cifraba el número de habitantes de las islas en algo más de un millón (1.166.603, a 31 de diciembre de 2017), prácticamente una de cada diez personas (una de cada cinco, si damos por hecho que la gran mayoría de clientes son hombres) hace uso de la prostitución para satisfacer sus necesidades sexuales. La cifra incluye también a trabajadores temporales y turistas, ciertamente, pero estos no pasan de los cinco mil, según el citado reportaje. A nuestro juicio se trata de cifras aberrantes, que hablan de una sexualidad enferma y, lo que tal vez es peor, de la amplia aceptación de esos servicios por parte de sus usuarios, lo que convierte a las mujeres que practican la prostitución en un mero objeto de placer por el que se paga y punto, como quién consume una cerveza o adquiere un capricho para su uso y disfrute, sin más. A ello hay que añadir, tal como señalan acertadamente las organizaciones que trabajan con este colectivo, que la mayoría de estas mujeres son víctimas de trata por parte de proxenetas y empresarios sin escrúpulos, siendo por tanto despojadas de sus derechos más elementales.

Ante esa realidad Homes per la Igualtat - Mallorca nos preguntamos qué clase de sindicato con unas mínimas garantías constitucionales puede erigirse alrededor de este colectivo. La prostitución es una realidad y no podemos cerrar los ojos ante ella, es evidente. Pero elevar esa actividad, por llamarla de alguna manera, a la categoría de "trabajo" se nos antoja un despropósito comparable a la legalización de la esclavitud en cualquiera de sus ámbitos y épocas. Y es importante que quienes lo digamos seamos hombres, esto es, aliados de las mujeres en su lucha por la igualdad y contra todo tipo de violencia o sometimiento por parte de otros hombres que no merecen ser considerados como tales. Iniciativas como las de ese lamentable sindicato, a menudo barnizadas de un desafortunado tinte progresista, encubren esa escandalosa lacra que, únicamente en nuestra comunidad, obliga a dos millares largos de mujeres a vender su cuerpo para poder subsistir y mantener a sus hijos, todo ello en un clima de asfixia y vejaciones constantes por parte de proxenetas y clientes.

Se trata, en definitiva, de un negocio vil e inhumano, y como tal debe ser contemplado en todas y cada una de sus vertientes.

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