Diario de Mallorca

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He leído que, allá por los años 50 del siglo pasado, el generalísimo Franco se sacó de la nada cerca de 300 pueblos de nuevo cuño ajustados todos ellos a una misma idea tanto urbanística como económica. Se trataba de frenar la huida del campo en la España profunda —Castilla, Andalucía, Extremadura—mediante el mismo recurso que, medio siglo antes y con arreglo a las leyes del mercado, había fragmentado los latifundios —relativos— de Mallorca: el de convertir en pequeños propietarios a los campesinos incapaces de ganarse la vida por los medios tradicionales.

Pueblos como Vegaviana (Cáceres) o Villalba de Calatrava (Ciudad Real), aparecieron salidos de la cabeza de un arquitecto ilustre, Antonio Fernández del Amo, que sería al cabo uno de los impulsores más firmes del arte de vanguardia del siglo XX. De la mano de Fernández del Amo y otros grandes arquitectos se construyeron núcleos de población cuyo diseño llegaría a triunfar en ferias y congresos internacionales. Y no era para menos porque a sus virtudes urbanísticas se añadió el hecho insólito de que artistas españoles de vanguardia, como los miembros del grupo El Paso o Hernández Mompó, añadieron sus talentos en los espacios públicos para pasmo y rechazo, en no pocas ocasiones, de los vecinos.

La mayoría de esos pueblos de nueva planta salieron mal. Ya fuese porque el mundo agrícola estaba en declive, por la incompetencia proverbial de las dictaduras o por las condiciones de usura en las que los campesinos accedían a la propiedad, muchos enclaves terminaron desiertos. Pero uno de ellos, el de Águeda en Salamanca que, mal que bien, mantiene medio centenar de vecinos, ha saltado a los titulares de las noticias porque a su alcalde, Germán Florindo, exmilitante de los partidos Popular y Socialista para devenir al cabo en independiente, se le he ocurrido la idea de pedirle a la familia Franco que sus restos descansen en el pueblo cuando sean exhumados y sacados del Valle de los Caídos.

El alcalde Florindo abandonó la militancia socialista, que no su sillón de primer ciudadano de Águeda, cundo urdió el proyecto de reclamar la momia del dictador. Y, como él mismo ha declarado, no hay por medio cuestiones ideológicas sino puro interés económico: supone que el pueblo puede convertirse en un lugar turístico —turismo de peregrinación— si consigue la reliquia. No parece que haya grandes posibilidades de que la haga suya pero el episodio pone muy bien de manifiesto lo difícil que es pensar en Franco bajo claves políticas. El general bajito, cruel, de voz aflautada y ausente ya de la memoria de la mayoría de los españoles, fue una paradoja permanente ilustrada por el hecho de que aconsejaba a sus ministros que hicieran como él y no se metiesen en política. Desde luego que cuesta imaginar los retablos de Canogar, Manolo Millares o Luis Feito en los pueblos que Franco fundó.

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