Hace pocas semanas presencié y atendí, junto a unos amables vecinos del barrio palmesano de Gènova, a un ciclista accidentado. A Dios gracias el percance no revistió la gravedad que pudo haber tenido. Fue ejemplar la conducta de vecinos y transeúntes que auxiliaron y ofrecieron todo tipo de ayudas al accidentado ciclista. Fue un instante; el despiste imprudente de un motociclista que, a pesar de los avisos a voz en grito del ciclista, no se percató de su presencia hasta colisionar con él. Al margen de una única conducta reprochable, el resto de personas atendieron y se desvivieron en todo tipo de ayuda hasta la llegada de la ambulancia. Fue un acto ejemplar.

Tal comportamiento amable, civilizado, humano amainó el lógico nerviosismo del ciclista accidentado. Aquel hombre estaba muy alterado mientras se desangraba. Consciente y trastornado no daba crédito a lo que le había sucedido en aquella hora ideada para el disfrute. Creo que el comportamiento de aquellos vecinos sigue reflejando el sentir y actuar mayoritario de nuestra sociedad. Pero la actualidad también, lamentablemente, nos demuestra con demasiada frecuencia, que hay una lacra en ella que requiere ser corregida, sancionada y denunciada públicamente.

No soy de los que piensa que la solución para corregir conductas indebidas sea patrimonio exclusivo de la sanción. Creo que realzar la bondad y ejemplaridad de quienes actúan correcta y civilizadamente también contribuye a corregir los defectos de una sociedad que, si bien tiene conductas tan elogiables como la de Gènova, también muestra síntomas evidentes de dolencia y disturbio moral. Un accidente es un suceso eventual que altera el orden regular pudiendo causar un daño a las personas. Los ciclistas conocemos del riesgo que corremos cuando salimos a practicar nuestro deporte, y es nuestra responsabilidad respetar el código de circulación, elegir bien las rutas y extremar la prudencia en situaciones que puedan afectar a la seguridad.

Pero hay algo que no depende del ciclista. Cuando este suceso eventual está manchado por la conducta delictiva de un conductor temerario, drogado o bebido, agravada por la fuga con omisión del auxilio debido a la víctima, jueces, políticos y administraciones tienen que dar respuesta y solución al clamor de ciclistas y familiares de víctimas que pedimos una ley justa. Algo muy serio y grave está provocando este clamor e indignación social. Son demasiados los casos en los que hemos de lamentar la desgracia fatal con idénticos resultados y protagonistas. No es de recibo que los partidos políticos no se pongan de acuerdo en algo que afecta no tan solo a ciclistas, sino a cualquier ciudadano que comparte carretera con esos peligros al volante. El necesario endurecimiento del Código Penal no sólo protege a los ciclistas, también a todas las víctimas de accidentes que comparten la fatalidad de haberse cruzado en su camino con un potencial delincuente al volante. Señores diputados, partidos políticos: Actúen pronto. Hay vidas en juego en la carretera y son ya demasiadas las víctimas impotentes y desamparadas.

Presidente de la Federación de Ciclismo de les Illes Balears (FCIB)