Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Gaitán

'Ubi sunt'

Nunca he matado a nadie, pero reconozco haber leído con íntima satisfacción algunas esquelas. Sé que esto no habla muy bien de mí, pero no puedo mentirle a la letra impresa. Yo, como mi maestro Manuel Alcántara, puedo decir sin miedo: "Sí. Miradme a los versos. No os engaño".

Mi primer recuerdo de esta inhumanidad mía, que conservo extraordinariamente nítido a pesar de los años que han transcurrido, se refiere a la muerte de Francisco Franco. Yo tenía nueve años y medio y cruzaba el portal de mi casa cuando un niño, hijo de policía, me dio la noticia: "Se ha muerto Franco". Y yo, sin poder evitarlo, grité de alegría. El chico, muy enfadado, me amenazó: "cállate. ¿Quieres que mi padre te meta en la cárcel?".

Tenía yo mis razones para odiar al general. A mis poquísimos años ya había vivido el terror y la represión que impuso en España durante cuarenta años. De vez en cuando la Brigada Político-Social ponía mi casa bocabajo buscando la propaganda sindicalista que mi "señalado" hermano mayor pudiera guardar. Alguna vez, incluso, ayudé a mi madre, muertos de miedo los dos, a quemarla antes de que la descubrieran. Así que aquella muerte me produjo una sensación de alivio de la que no he logrado arrepentirme y que se ha repetido ocasionalmente cuando la suerte, o la biología, se ha llevado al otro barrio a algún que otro indeseable.

Sin embargo, el cadáver del dictador y el destino que corra no me genera ningún interés. Después de tanto tiempo transcurrido desde que nos hizo pasar a mejor vida me da exactamente igual si está en el Valle de los Caídos y algún nostálgico hace guardia sobre los luceros o acaba en un cementerio modesto y lejano, cubierto de musgo. Mucho más me preocupa el hecho de que España siga siendo el segundo país del mundo con más fosas comunes y que todavía haya quienes vivan con el dolor de no poder llevar unas flores a sus muertos porque no saben donde están y es posible que nunca lleguen a saberlo.

Antes de que nos cubra el olvido, que es un hecho inevitable y puede que incluso necesario, todos deberíamos tener derecho a la mínima dignidad de que nuestros deudos puedan recordarnos sin preguntarse, como hacían los clásicos, ubi sunt, el viejo "¿dónde están?", que es uno de los más bellos y fructíferos tópicos de la Literatura, y aunque en realidad la pregunta es más poética y trascendental, me sirve para el propósito de señalar que hay heridas que siguen abiertas porque no todos tienen donde ir a llorar el Día de Difuntos.

Compartir el artículo

stats