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Matías Vallés

¿Existe Podemos?

El desaparecido Pablo Iglesias solo resurge para exteriorizar su sintonía con Felipe VI, el partido antisistema se ha convertido en el principal bastión del continuismo burgués

En un solo martes de esta semana, Xavier Domènech dimite como líder de Podemos en Cataluña y Ada Colau confiesa que ha estado a punto de retirarse. A un tal Íñigo Errejón lo decapitaron antes de consolidarse, Bescansa descansa, y la Familia Real constituida en horario de máxima audiencia por Irene Montero y Pablo Iglesias atiende exclusivamente a la sucesión hereditaria en el trono de la formación radical. Un partido concebido desde la urgencia, y que hablaba con descaro de la toma del poder, retrocede a paso de tortuga. La militancia solo es consultada para determinar el tamaño del palacio que sin duda merecen sus soberanos.

¿Existe Podemos? El desaparecido Pablo Iglesias solo resurge episódicamente para exteriorizar su inquebrantable sintonía con Felipe VI. El partido antisistema se ha convertido en el principal bastión del continuismo burgués. Es inteligente la postura del Rey, al solidarizarse con las dificultades familiares que atravesaba el líder del partido emergente. Sin embargo, la singularización de esta muestra de apoyo a cargo del político va más allá de un desafortunado name dropping y showing off, a la altura de un cronista de Sálvame. Yo me trato con los Reyes, y vosotros no. Su indiscreción desprecia por comparación el cariño de los plebeyos no especificados. Obliga además a agradecer que banqueros y dirigentes de fundaciones indeseables no recurrieran a este ardid para granjearse el emocionado reconocimiento del conquistador de cielos.

Podemos logró la extravagante cifra de 71 diputados, por encima de los obtenidos por Izquierda Unida en toda sus historia. O doblando ampliamente a Ciudadanos, por citar al partido sobreactuado y sobrevalorado. A la altura del PSOE, más de la mitad de escaños que el PP omnipotente. La formación de presunta izquierda radical fue decisiva en la renuncia de Juan Carlos I, cabe imaginar el arrepentimiento de Iglesias ante este desliz palaciego. En Euskadi arrinconó a los abertzales, en Cataluña frenó el independentismo que superaría en otro caso el cincuenta por ciento. Tras liderar una auténtica revolución, la coagulación de los indignados quedó fuera de combate por incomparecencia.

Iglesias, en cuanto protagonista monolítico, ha decepcionado sobre todo a quienes pensaban contar con un motivo semanal para horrorizarse con sus propuestas excesivas. Los columnistas conservadores, que respecto a Podemos son todos los articulistas de la prensa española, iban a ponerse las botas denunciando las exageraciones truculentas de los recién llegados. Se han quedado sin munición, van a exigir más bríos a sus presas. Tradicionalmente, la frustración sobreviene tras el acceso al poder, véanse los ejemplos de Mitterrand en Francia o de Syriza en Grecia. En esta ocasión, el vértigo ha sido preventivo.

El chasco de quienes estaban aterrorizados ante el desembarco de Podemos no tiene precio. Sin embargo, el partido amaestrado está exagerando su dócil entrada en el redil. La sintonía fraternal de Iglesias con los Reyes olvida tal vez que La Zarzuela solo aporta actualmente dos votos, aunque tal vez el secretario general ha ideado un dispositivo para ampliar el valor de determinados sufragios, en detrimento de los insolentes que lo consagraron. Por lo menos, nadie le achacará un giro estratégico. Su reencarnación elitista no ha mejorado la pésima valoración personal que sufre entre el grueso de los electores.

La reconversión de Podemos en un partido de exigencia monárquica, puesto que Iglesias ya cargó contra quienes censuraron la pésima imagen ofrecida a las puerta de la catedral de Palma por las reinas Letizia y Sofía, incluye elementos de vodevil. En su vertiente más cómica, neutraliza la satanización a cargo de los partidos del vecindario. El auge de la ultraderecha moderada choca con la ausencia de un enemigo de izquierdas. De momento, el independentismo catalán cubre este flanco con notable efectividad.

Ahora que ha desaparecido incluso de las previsiones efectuadas por los sondeos electorales, puede afirmarse con cierta tranquilidad que Podemos era necesario. No para exacerbar pasiones que nunca desencajó, sino para encauzar un descontento que en otro caso hubiera estallado con matices violentos. Sin embargo, los ingenuos que creyeron en la singularidad de una formación que no incurriría en los vicios más asentados, han recibido un bofetón por encima de sus merecimientos. Los alanceadores del populismo, a menudo desde partidos que se apellidan Obrero o Popular, omiten la pulsión populista de que la plebe nunca está a la altura de sus líderes. Iglesias bordea la propuesta brechtiana de "disolver el pueblo y elegir a otro". Con muchos Reyes.

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