El sistema eléctrico español consta, como en todas partes, de un conjunto de fuentes de energía: la hidráulica, la eólica, la termosolar, la nuclear, la procedente de centrales termoeléctricas y de ciclo combinado y de carbón, etc. Se van acoplando a la oferta a media que son necesarias, empezando por la nuclear -que presenta una oferta constante- y por las renovables. Y el precio que se paga por la electricidad es el de la más cara de todas que intervienen en la oferta.
Quiere decirse que por la energía hidroeléctrica, que se nutre del agua de lluvia que vierte en presas amortizadas hace décadas, se paga en ocasiones lo mismo que por la energía que se obtiene de los combustibles fósiles, a precios astronómicos.
La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribero, ha llamado la atención sobre este disparate, que constituye un generoso y aberrante regalo a las eléctricas, que sufragan contra su voluntad los consumidores. Y se dispone a corregir el dislate, ante la oposición escandalizada de las empresas del sector. Después de que muchos ministros hayan cruzado las puertas giratorias que van hacia estas compañías, parece que hay quien se dispone a poner fin a este vergonzante trato de favor.
