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Antonio Papell

Torra: ambigüedad controlada

El discurso inaugural del curso político catalán a cargo del presidente de la Generalitat, Torra, se celebró el martes en el Teatro Nacional de Cataluña, una anomalía que revela la pérdida de criterio del nacionalismo catalán, que mantiene paralizado el Parlamento por la dificultad de pactar en el seno del propio movimiento independentista una estrategia y una táctica únicas y rectilíneas. El discurso de Torra estaba acordado con ERC, lo que explicaría en parte la ambigüedad controlada que destiló.

Pero esa ambigüedad es sobre todo estructural. En el soberanismo pugnan dos almas, la montaraz y la reflexiva, esta democrática y madura pero con dificultades para manifestarse por la épica derrochada por los cabecillas del irredentismo. El soberanismo vociferante, rupturista, es hoy por hoy el de la línea pujolista, conservadora, es decir, el de Puigdemont; en este sector, la ruptura supondría no sólo la independencia sino la oportunidad de redención personal de sus promotores. El réprobo Pujol se convertiría fácilmente en padre de la patria y sus pecados capitales se olvidarían en poco tiempo si Cataluña llegara a ser independiente. Y los corruptos del 3% pasarían a ser héroes que atacaron al Estado hasta en las finanzas para debilitarlo.

Pero frente a este sector, que recurre al nacionalismo sentimental y étnico por el que Torra se inclina personalmente, se alza otro menos impulsivo, más consciente de que no es decente el 'movimiento nacional' soberanista que otorga la categoría de pueblo a la mitad de Cataluña y que está siendo contemplado con aprensión por la comunidad internacional, que cree entrever un germen neofascista en la radicalidad de la ruptura constitucional de un Estado impecable como España. En esta otra ubicación estaría Esquerra Republicana, que no se contaminó con la corrupción reinante y cuyo líder, en lugar de vivir en un palacete centroeuropeo, está en prisión. Una Esquerra que acaba de declarar, por boca de Joan Tardá, que está segura de que la independencia no llegará "por la vía de la insurgencia".

Torra se mantiene en su conocido camino del desafuero verbal, del desacato, pero sin franquear la frontera de la insubordinación o la amenaza. "No aceptará" una hipotética (y más que probable) sentencia condenatoria para los inculpados -entre ellos nueve encarcelados y siete prófugos- por el 1-O pero no dice cómo se manifestará este desacuerdo, al margen del retórico "ponerse a disposición del Parlamento". Todo indica que, tras la sentencia, ya en la próxima primavera, el nacionalismo llamará a las urnas si ha conseguido mantener el actual statu quo hasta entonces.

Y, en otro orden de ideas, Torra quiere seguir dialogando y negociando con el Gobierno -ni siquiera ha mencionado en su discurso la vía unilateral- y sobre el referéndum, pero no sobre el referéndum de reforma estatutaria que le propone el Gobierno sino sobre el de autodeterminación que nunca -y él lo sabe- aceptará negociar gobierno alguno de este país.

En definitiva, Torra no abdica de su disidencia, pero guarda cuidadosamente los límites que la mantienen en el terreno de lo inocuo, sin transgredir la frontera de la ilegalidad que lindaría con la aplicación otra vez del art.155 de la Constitución, un paso que Sánchez daría si fuera necesario sin que le temblara la mano, aunque supusiera lógicamente un acortamiento de la legislatura.

La conferencia de Torra ha supuesto asimismo el despegue de unas movilizaciones que tendrán su tradicional hito el día 11 con la Diada, que podría no estar este año tan poblada como otras veces y que en todo caso es un elemento indispensable del sistema de retroalimentación del soberanismo. Más adelante, el primer aniversario del 1-O, será otra prueba para una iniciativa que cuesta ya una cuota negativa de bienestar a los catalanes -la caída del turismo no es inquietante pero sí significativa- y que empieza a mostrar ciertos síntomas de agotamiento. La habilidad del gobierno, que ha de persistir en la exploración del diálogo, y la inteligencia del sistema judicial, que debería reflexionar sobre la entidad de unos delitos que fueron graves pero no tanto como el 23-F, serán claves en la evolución del conflicto.

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