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Camino a la distopía

Efectivamente. Ya no se trata de independencia sí o no, sino de derechos y libertades. De quienes no están en el poder

Winston Smith vivía pendiente de una telepantalla. El Partido -con su Ministerio de la Verdad, ¿les suena?- se encargaba de difundir consignas sobre la economía, la guerra, o incluso la identidad nacional, en contraposición a los otros 'superestados'. 'No normalicemos una situación de excepcionalidad y de urgencia nacional. Recordemos cada día que hay presos políticos y exiliados. No nos desviemos de nuestro objetivo, la independencia de 'Cataluña', podría ser perfectamente uno de ellos.

Si usted teclea 'Vic' en Google, la primera sugerencia es 'megafonía'. Enhorabuena, ya hemos conseguido que la Cataluña del siglo XXI se parezca a 1984. Empiezo a sospechar que George Orwell era un optimista. La inmensa mayoría de los habitantes de Vic son independentistas, si hacemos caso a los resultados de las elecciones catalanas. Imagino que, precisamente por eso, el ayuntamiento se siente legitimado para difundir ese mensaje y colgar una estelada en el balcón del consistorio.

¿Conocen la falacia de composición? Consiste en inferir que algo es verdadero para un conjunto porque lo es para alguna de sus partes. 'Un sol poble'. Es innegable que son muchos los catalanes que desean independizarse de España. Casi la mitad. Sin embargo, no es menos cierto que la otra mitad no desea hacerlo. Pero -claro- son colonos, xarnegos. Extranjeros. Por mucho tiempo que lleven viviendo en Cataluña. Incluso aunque hayan nacido allí. Cataluña es -debería ser- un colectivo uniforme. Se me ocurren pocos ejemplos en la Historia en los que estas ingenierías sociales hayan terminado bien. Lean a Orwell, Arendt, Haffner.

La misma falacia sirve para justificar que el espacio público esté repleto de lazos amarillos. Público es de todos, también de las minorías -que en este caso no lo son-, y del que piensa distinto. Esa es la razón de que deba de ser neutral. Así como un lugar de debate y de opinión. Por cierto, como el Parlament, que abrió ayer sus puertas con 25 leyes pendientes. Pero eso no justifica que uno pueda llenarlo con su simbología. Ahora imagínense cómo estarían las calles si independentistas, unionistas, vegetarianos, animalistas, pacifistas, feministas y todos los colectivos que tienen algo que reivindicar colgaran miles de lazos de colores.

El argumento se cae desde el momento en el que los mismos que defienden su derecho a que los lazos amarillos decoren las ciudades son los que las limpian cuando se pintan esos lazos con franjas rojas. O retiran banderas de España de los escaños vacíos de la oposición. Efectivamente, ya no se trata de independencia sí o no, sino de derechos y libertades. De quienes no están en el poder en las instituciones. Por no hablar de que tenemos dos cuerpos policiales que actúan distinto ante un mismo hecho -lean, otra vez, a Arendt-. Mientras los Mossos identifican al agresor de una mujer que quitaba lazos, la Policía Nacional lo detiene.

Llegados a este punto -oyendo, además, las declaraciones de Torra-, pensar que la situación va a 'destensarse' con reuniones bilaterales entre Interior y la Generalitat es, cuanto menos, ingenuo. El chantaje no puede disfrazarse de 'diálogo'. Habermas lo situó en el centro de la democracia, pero con unos requisitos como la búsqueda de la verdad entre partes iguales y libres, o como la necesidad de una argumentación racional. Ya me perdonarán, pero no los veo por ningún lado. Si no somos capaces de reconstruir unas condiciones mínimas para la convivencia entre los que piensan distinto, recorremos el camino perfecto a la distopía.

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