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Distracciones estivales 5

Según un alto cargo del sector energético, sólo un milagro haría que las tarifas eléctricas españolas se estabilizaran o bajaran a corto o medio plazo. El mismo caballero, aun reconociendo la desproporcionalidad entre precios y coste real, aconsejaba a la ciudadanía paciencia? ("y barajar", habría añadido don Miguel de Cervantes). Por primera vez en años a los embalses no se les ve el fondo, pero tras aguantar continuas subidas que se escudaban en la sequía, por lo visto, el tópico ha pasado de moda. El pacífico contribuyente deduce que si viéramos un nuevo diluvio universal que aumentara los recursos hídricos de forma espectacular -y sobreviviéramos-, daría lo mismo; una vez asentada la paloma con la rama en el pico, el importe de la siguiente factura de la luz habría crecido. Todo muda y nada permanece salvo el aumento de la tarifa energética, con la que grandes y pequeños, minoría acaudalada o mayoría económicamente débil, ayudamos a mantener las saneadas ganancias de las empresas del sector eléctrico. O, traducido a la vida real: se consolida para rato la tendencia al alza de un frente básico a la hora de marcar desigualdades en nuestro avanzado estado del bienestar.

Me encantan los comités de expertos. Sobre todo, me encanta que se creen comités de expertos para dilucidar cuestiones que resultan claras como el agua, más aún si, tras ardua deliberación, el dictamen final se vuelve agua de borrajas. Y, sobre todo, me encandila que de repente surja la urgencia de reunir un comité de expertos por algún asunto de Perogrullo, que se le preste una enorme atención y que al cabo de unos días, fagocitado por la imparable maquinaria de los medios, se olvide por completo. Así, esta rentrée nos toca la permanencia o no del cambio de hora estacional, tema candente donde los haya, cuya idoneidad se defendía a capa y espada hasta la pasada primavera y que de pronto, oh maravilla, se revela absurdo, pernicioso y abominable a escala continental. Por ahora sirve para entretener al personal junto con la liga de fútbol, pero me temo que no tardará en estar todo tan olvidado como aquella campaña de las tallas "cilindro" y "cono" que iban a regularizar las prendas femeninas y que hace unos años nos tenían a todos la cabeza como un bombo. Mientras tanto, ya hay inviernófilos y veranófilos declarados; esperemos que las posturas no se enconen.

¿Es igual de respetable poner símbolos políticos en un espacio público que quitarlos? ¿Es más respetable si los quita o los pone un ciudadano de a pie que si lo hace un político de carrera? ¿Supone el mismo ejercicio de libertad de expresión quitarlos o ponerlos con nocturnidad que ante unas cámaras de televisión? ¿Son fascistas los que ponen y los que quitan? ¿Son fascistas, alternativamente, sólo los que piensan lo contrario de quienes gritan "¡Fascistas!"? ¿Se puede ser fascista ahora sí, ahora no, como los intermitentes de los automóviles? ¿Se puede vivir mucho tiempo llamando a diario "fascista" al vecino y oyendo cómo nos llama "fascista" él?

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